ALBERT KRIEKEMANS HABLA SOBRE EL CUERPO, LA SEXUALIDAD Y EL PUDOR

         Albert Kriekemans fue un importante teórico de la Pedagogía. Nacido en Amberes en 1906, estudió en la Universidad de Lovaina, donde se doctoró en Filología Clásica y en Filosofía. En 1943 se incorporó al claustro de profesores de aquella universidad, donde enseñó durante muchos años, impartiendo también cursos en centros universitarios de Europa y América. Sus conocimientos filosóficos le permitieron desarrollar una teoría pedagógica personalista, de sustrato notoriamente católico.   
         En 1963 publicó en Lovaina su obra capital, Pédagogie générale, de la cual se editó una traducción española en  1968 (Pedagogía general, Editorial Herder, Barcelona), que es la que utilizo.
       En el capítulo V, dedicado a "La educación física", incluye unas interesantes páginas acerca de la corporalidad y la sexualidad, de las que reproduzco un fragmento significativo:

 
       "[...] El hombre no está hecho de dos entidades extrañas la una a la otra. El cuerpo sin alma no es cuerpo; y sin el cuerpo, el alma es un espíritu, es decir, un alma en potencia y en deseo. En efecto, el espíritu humano es alma solamente en cuanto que hace subsistir y obrar a su cuerpo[1]. Aquí en la tierra sólo existe la unidad de la persona encarnada. Porque quien no vea en el hombre más que un organismo, hará de la cultura física un culto al cuerpo; y el que desprecia el cuerpo en nombre del espíritu, caerá en el error del angelismo. En algunos medios existe una falsa vergüenza por el cuerpo, sin tener en cuenta que solamente podemos hacernos hombres dignos de este nombre gracias al cuerpo, y en ninguna forma haciendo abstracción de él. Pensar que el elemento corporal está inclinado al pecado degenera a menudo en suciedad, en falta de higiene y hace imposible una verdadera educación física.

Triste herencia (1899), Joaquín Sorolla (1863-1923)

Muchos parecen ignorar, por otra parte, las palabras de santo Tomás de Aquino: Anima mea non est ego[2]. [...] El pecado original afecta al hombre entero, porque ha perdido la gracia original. Por esta razón, tanto el espíritu como la naturaleza sensible y corporal sufren el desorden. Supone una lamentable estrechez de espíritu limitar este desorden a las tendencias sexuales y a la sexualidad[3]".
 

          En el capítulo VII, "Educación de las relaciones adecuadas con el otro sexo", se aplican esos principios al terreno de la vida práctica y cotidiana, con un criterio que me parece sumamente sensato:

 
       "La sexualidad es un hecho desde que nacemos. En cada etapa de nuestro desarrollo, la sexualidad determina en nosotros una actitud diferente con respecto a ella, y nos impone una nueva tarea. Así, durante la infancia los sexos opuestos se frecuentan de la manera más natural, como vemos que sucede en las familias numerosas. No hay que tener demasiado escrúpulo en dejar a los hermanos y hermanas ocupar la misma habitación, verse en el baño o desnudarse los unos en presencia de los otros durante los primeros años de la infancia.
            
El baño de los niños (1495), Israhel van Meckenem (ca. 1440/1445-1503)

                 Naturalmente, también aquí hay que tener en cuenta la situación pedagógica. Algunos padres tienen tal mentalidad que no se les debe aconsejar que comiencen inmediatamente con esta forma de coeducación. Porque su propia mentalidad sexual malsana podría, por la manera de fijarse en sus hijitos, provocar en ellos toda clase de malas actitudes.
           En los medios en que reina una actitud sana y adecuada con respecto a la sexualidad, es bueno que los niños vean cómo están formados físicamente los demás. Ello les previene para más tarde contra falsas ideas y una curiosidad malsana. Cuando esta práctica da lugar a peguntas, éstas permiten a los padres hacer las aclaraciones apropiadas y guiar con prudencia. Es, sobre todo, una excelente oportunidad para enseñar a los niños el tacto el tacto que deben tener. Aunque duerman juntos, los padres tienen cierto pudor el uno con respecto al otro, en lo que concierne al baño, al  hecho de desnudarse, pudor que es la expresión de su mutuo respeto. Saben qué deben enseñar a sus hijos y con qué espíritu.
            Que no se olvide, sobre todo, que el sentimiento de pudor, que es la expresión del respeto de sí mismo, es un tesoro de gran valor. Hay que cultivarlo en los niños. Pero importa no perder de vista que el objeto de este sentimiento de pudor es algo muy relativo. Algunas señoras tendrían la impresión de estar desnudas, si llevaran el antebrazo descubierto. Antiguamente, en algunas instituciones, las mangas cortas eran consideradas como una forma de vestir inmoral. Ahí está el peligro. Si se inculca un sentimiento de pudor falso, no justificado, se corre el riesgo de provocar más tarde una reacción completamente inadecuada".





[1] J. Mouroux, Sens chrétien de l'homme, París 1947, p. 44.
[2] Tomás de Aquino, Comment. in I Cor. 15, lect. 2, in fin. Cf. también, a este respecto, J. Pieper, Einführung zu Thomas von Aquin, Munich 1958, p. 170, donde este autor cita al santo (Quaestiones disputatae de Potentia Dei 5, 10 ad 5): "El alma es más semejante a Dios unida al cuerpo que separada de él, porque el alma encarnada posee su naturaleza de modo más perfecto".
[3] G. Siewerth, Der Mensch und sein Lieb, Einsiedeln 1953,  p. 76ss.


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