MÁS PUEBLOS QUE DESCONOCEN EL VESTIDO (SEGÚN LA "RELACIÓN" DE ANTONIO PIGAFETTA)

       Antonio Pigafetta (Vicenza, ca. 1480-ca. 1535) era un noble y humanista italiano, ciudadano de la República de Venecia. Desde su juventud se entregó al estudio de la Geografía, la Cartografía y la Astronomía. Continuó su formación protegido por monseñor Francesco Chiericati, miembro de la curia vaticana y predicador del papa León X, y cuando aquél fue enviado a la corte española como nuncio apostólico (1518), Pigafetta le acompañó, y con él fue presentado al emperador Carlos V.
        Al tener noticia del proyecto del portugués Fernando Magallanes de abrir una ruta marítima a las Indias Orientales, con la intención de llegar a las Islas de las Especias (las Molucas), “como por los libros que había leído y por las conversaciones que había sostenido con los sabios que frecuentaban la casa de este prelado, sabía que navegando en el Océano se observan cosas admirables, determiné de cerciorarme por mis propios ojos de la verdad de todo lo que se contaba, a fin de poder hacer a los demás la relación de mi viaje, tanto para entretenerlos como para serles útil y crearme, a la vez, un nombre que llegase a la posteridad”.
        Así pues, con cartas de recomendación, fue a Sevilla, donde esperó el momento de la partida de las cinco naos que iban a emprender el periplo y se enroló como voluntario con el nombre de “Antonio Lombardo” o “Antonio de Lombardía”, siendo destinado a la “Trinidad”, que mandaba el propio Magallanes.
     La expedición, que comenzó en agosto de 1519 y concluiría en septiembre de 1522, llegó a Brasil y luego a la desembocadura del río de la Plata; tras el "Motín de San Julián", a raíz del cual varios de sus miembros fueron ejecutados o abandonados por Magallanes, navegando hacia el Polo Sur pasó la Patagonia; descubrió el estrecho al que se dio el nombre de Estrecho de los Patagones (hoy Estrecho de Magallanes); continuó durante más de tres meses por el Océano Pacífico -con grandes penalidades por la falta de comida y agua, el escorbuto y otras enfermedades- y llegó a las Filipinas, donde, en un combate con indígenas acaecido en la isla de Mactán, junto a la de Cebú (27 de abril de 1521), Magallanes perdería la vida. El mismo Pigafetta resultó herido en la frente por una flecha emponzoñada, aunque se restableció. Poco después pasó a la nao “Victoria”, que mandaba Juan Sebastián Elcano, y con él completó el viaje, pasando por las Molucas, el Cabo de Buena Esperanza y las Islas Canarias, hasta llegar a Sanlúcar el 6 de septiembre de 1522 y dos días después a Sevilla, donde él y otros compañeros, para cumplir una promesa que habían hecho en momentos de angustia, visitaron descalzos y con cirios en la mano las iglesias de Nuestra Señora de la Victoria y de Santa María la Antigua. Pigafetta fue uno de los sólo 18 expedicionarios que regresaron en la “Victoria”, de los 265 que habían embarcado al comienzo del periplo distribuidos en las cinco naves, de las que cuatro -las Santiago San Antonio, Concepción y Trinidad”-  no volvieron a España. 

          
  Dos representaciones de la ruta de Magallanes y Elcano

           A lo largo del viaje, Pigafetta había ido escribiendo un minucioso diario, del que entregó una copia al Emperador en Valladolid. Después pasó a Portugal, para informar al rey don Juan I sobre la expedición, y, atravesando España, se dirigió a París, donde ofreció algunos regalos a la reina regente, y regresó a Italia. Allí regaló otra copia de su diario a Felipe Villiers de l'Isle-Adam, gran maestre de la orden de Rodas, y otra al papa Clemente VII. Pigafetta moriría en una fecha desconocida, que debe situarse entre 1534 y 1536.
       El manuscrito original del diario no se ha conservado. Hacia 1525 se imprimió en París y en lengua francesa un resumen de su contenido, titulado Le voyage et navigation faict par les Espaignolz es isles de Mollucques, del que se hicieron varias traducciones. Una italiana se publicó en Venecia el año 1536: Relazione del primo viaggio intorno al mondo. En 1800, Cario Amoretti descubrió una copia íntegra del texto original en la Biblioteca Ambrosiana de Milán, que le sirvió para publicar una edición en italiano (1800) y otra en francés (1801). Esta traducción francesa fue la base de la primera española, publicada por el chileno José Toribio Medina en 1888: Relación del primer viaje alrededor del mundo.
         El diario de Antonio Pigafetta es una obra de grandísimo valor, no sólo por las informaciones que proporciona sobre aquella primera circunnavegación del planeta, sino también por sus aportaciones al conocimiento de la geografía, el clima, la flora, la fauna y también de las costumbres y las lenguas indígenas; presidida, además de por el espíritu de curiosidad y aventura, por un claro sentido cristiano, evangelizador y providencialista. Presenta también una imagen épica de Fernando de Magallanes, en contraste con su desinterés por Juan Sebastián Elcano, sucesor de aquél al frente de la expedición, al que no se nombra en ningún momento. Tampoco se menciona a los otros supervivientes de la hazaña, ni a los que decidieron quedarse en las Molucas a bordo de la “Trinidad”.
         En el periplo, los expedicionarios van recorriendo diversas tierras de América, Oceanía, Asia y África, habitadas por sociedades “primitivas”, acerca de las cuales Pigafetta da interesantes datos. En muchas de ellas el vestido habitual de hombres y mujeres se reduce a un paño o una corteza vegetal que cubre las “partes naturales”; en otras la desnudez completa es la norma, como se puede ver en los fragmentos que reproduzco aquí:

 

          “La tierra del Brasil, que abunda de toda clase de provisiones, es tan extensa como la Francia, la España y la Italia juntas; pertenece al rey de Portugal. Los brasileros no son cristianos, pero tampoco son idólatras, porque no adoran nada: el instinto natural es su única ley. Viven tan largo tiempo, que es frecuente encontrar individuos que alcanzan hasta los ciento veinticinco y aun algunas veces hasta los ciento cuarenta años. Tanto las mujeres como los hombres andan desnudos [...] Al verlos tan negros, completamente desnudos, sucios y calvos, se les podría confundir con los marineros de la laguna Estigia [...] Estos pueblos son en extremo crédulos y bondadosos, y sería fácil hacerles abrazar el cristianismo. La casualidad quiso que concibiesen por nosotros veneración y respeto. Desde hacía dos meses reinaba en el país una gran sequedad, y como sucedió que en el momento de nuestra llegada envióles lluvias el cielo, no dejaron de atribuirlas a nuestra presencia. Cuando desembarcamos a oír misa en tierra, asistieron a ella en silencio, con aire de recogimiento. 

Primera Misa en Brasil, Victor Meirelles (1832-1903)

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            Cuando hubimos corrido setenta leguas en esta dirección, hallándonos por el grado doce de latitud septentrional y por el ciento cuarenta y seis de longitud, el 6 de marzo, que era miércoles, descubrimos hacia el noroeste una pequeña isla, y en seguida dos más al sudoeste. La primera era más elevada y más grande que las dos últimas. Quiso el comandante en jefe detenerse en la más grande para tomar refrescos y provisiones; pero esto no nos fue posible porque los isleños venían a bordo y se robaban ya una cosa ya otra, sin que nos fuese posible evitarlo. Pretendían obligarnos a bajar las velas y a que nos fuésemos a tierra, habiendo tenido aun la habilidad de llevarse el esquife que estaba amarrado a popa, por lo cual el capitán, irritado, bajó a tierra con cuarenta hombres armados, quemó cuarenta o cincuenta casas y muchas de sus embarcaciones y les mató siete hombres. De esta manera recobró el esquife, pero no juzgó oportuno detenerse en esta isla después de todos estos actos de hostilidad. [...] Estos pueblos no conocían ley alguna, siguiendo sólo su propia voluntad; no hay entre ellos ni rey ni jefe; no adoran nada; andan desnudos; algunos llevan una barba larga y cabellos negros atados sobre la frente y que les descienden hasta la cintura. 

Indígena de las Islas de los Ladrones (Marianas), Codex Boxer (ca. 1595)

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         El domingo 7 de abril entramos en el puerto de Zubu. Pasamos cerca de varias aldeas, en que vimos casas construidas sobre los árboles, y cuando estuvimos cerca de la ciudad, el comandante hizo enarbolar todos los pabellones y arriar todas las velas, haciendo una descarga general de artillería que produjo gran alarma entre los isleños [...] El rey quiso también darnos de cenar, pero nos excusamos y nos despedimos de él. El príncipe, su yerno, nos condujo a su propia morada, donde encontramos a cuatro jóvenes que se ejercitaban en la música: una tocaba un tambor parecido a los nuestros, pero colocado en tierra; otra tenía a su lado dos timbales y en cada mano una especie de clavija o pequeño martillo, cuya extremidad estaba guarnecida de tela de palmera, con el cual golpeaba ya sobre el uno ya sobre el otro; la tercera tocaba de la misma manera sobre un gran timbal; y la cuarta tenía en la mano dos pequeños címbalos, que, golpeándolos alternativamente uno sobre el otro, producían un sonido muy suave. Guardaban todas tan bien el compás, que era necesario concederles un gran conocimiento de la música. [...] Estas jóvenes eran muy bonitas y casi tan blancas como nuestras europeas, y aunque eran ya adultas, no por eso estaban menos desnudas; algunas tenían, sin embargo, un pedazo de tela de corteza de árbol, que les descendía desde la cintura hasta las rodillas; pero las otras estaban completamente desnudas.

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         Siguiendo nuestra derrota, arribamos a una isla que se llama Butuán, donde fondeamos. El rey de la isla vino a nuestra nave, y para darnos una prueba de amistad y de alianza, se sacó sangre de la mano izquierda y se tiñó con ella el pecho y la punta de la lengua, en cuya ceremonia le imitamos. Cuando abandonó el buque, me fui solo con él a visitar la isla. Entramos en un río donde encontramos varios pescadores, que ofrecieron pescado al rey, quien, como todos los habitantes de esta isla y de las vecinas, andaba desnudo, cubriendo sólo sus órganos genitales con un pedazo de tela, que después también se quitó. Los notables de la isla que le acompañaban hicieron otro tanto, tomando en seguida los remos y bogando a la vez que cantaban.

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            Saliendo de esta isla y corriendo al oeste sudoeste, fuimos a fondear a una isla casi desierta. Sus escasos habitantes son moros desterrados de una isla que se llama Burné. Andan desnudos como los de las otras islas y están armados de cerbatanas y de carcajes llenos de flechas y de una hierba que sirve para envenenarlas. Usan también puñales con mangos guarnecidos de oro y de piedras preciosas, lanzas, mazas y pequeñas corazas hechas de piel de búfalo. Nos tomaron por dioses o santos. Hay en esta isla grandes árboles, pero pocos víveres. Está situada hacia 7° 30' de latitud septentrional, a cuarenta y tres leguas de Chipit: se llama Cagayán.

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           Los habitantes de Palaoán andan desnudos, como todos los de estos pueblos; pero les gusta adornarse con anillos, cadenetas de latón y cascabeles. Sin embargo, lo que más les agrada es el alambre, que les sirve para sus anzuelos.

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          Los moros [de Burné, hoy Borneo] andan desnudos, como todos los habitantes de estas regiones. Estiman sobre todo el azogue, que beben pretendiendo que conserva la salud y cura las enfermedades. Adoran a Mahoma y siguen su ley, por cuya razón no comen jamás carne de puerco. Se lavan el trasero con la mano izquierda, de la cual no se sirven jamás para comer, y no orinan de pie sino al uso de las mujeres. Se lavan la cara con la mano derecha, pero no se frotan jamás los dientes con los dedos. 

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       Siguiendo nuestra derrota, entramos en un puerto situado en la mitad de la isla de Sarangani, hacia Candigar, y fondeamos en él cerca de una ranchería de los indígenas, donde hay bastantes perlas y oro. Este puerto está situado hacia los 5° 9', a cincuenta leguas de Cavit, y sus habitantes son gentiles y andan desnudos como los de todos los demás pueblos de estos parajes.

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           Los habitantes de esta isla carecen de rey, son gentiles y andan desnudos, como los de Sulach. La isla de Buru está hacia los 3° 30' de latitud meridional y dista setenta y cinco leguas de las Molucas.

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          En Mallúa tomamos un hombre que se encargó de conducirnos a una isla donde había mayor abundancia de víveres. La isla de Mallúa está hacia los 8° 30' de latitud meridional, y a 169° 40' de longitud de la línea de demarcación. De camino, nuestro viejo piloto moluqués nos contó que en estos parajes hay una isla llamada Amcheto, cuyos habitantes, tanto hombres como mujeres, no pasan de un codo de alto y que tienen las orejas tan largas como todo el cuerpo, de manera que cuando se acuestan una les sirve de colchón y la otra de frazada. Andan rapados y desnudos. Su voz es áspera; corren con mucha rapidez, habitan debajo de tierra y se alimentan de pescado y de una especie de fruta que encuentran entre la corteza y la parte leñosa de cierto árbol. Esta fruta, que es blanca y redonda como los confites de cilantro, la llaman ambulón.

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           El jefe de Amaban, con quien había estado antes, sólo tenía a su servicio mujeres, que andaban desnudas como las de las otras islas. Llevan en las orejas pequeños anillos de oro, a los cuales atan algunos copos de seda, y en los brazos varios brazaletes de oro y de latón, que a menudo les cubren hasta el codo. Los hombres andan también desnudos; pero llevan el cuello adornado con placas redondas de oro, y sujetan sus cabellos por medio de peines de cañas, adornados de anillos de oro. Algunos, en lugar de anillos de oro, llevan en las orejas el gollete de una calabaza seca”.


         En muchas páginas de su Relación, Pigafetta relata que Magallanes y sus compañeros regalaban a los indígenas, además de otras cosas, vestidos y paños. Con esto contribuían sin duda a cambiar las costumbres de los indios en lo tocante a la indumentaria. Nada tiene de extraño que, con el tiempo, los descendientes de aquellos nativos adoptasen el sentido del pudor de los visitantes europeos, a los que consideraban superiores, y fuesen abandonando la desnudez.


Monumento a Antonio Pigafetta en Vicenza, su ciudad natal

 

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