MIGUEL ÁNGEL FUENTES HABLA SOBRE EL PUDOR, LA PUDICICIA Y LA PUDIBUNDEZ
No es posible defender o alcanzar
la castidad si no se comienza por educar el pudor. El pudor es la tendencia a
esconder algo para defender la propia intimidad respecto de las intromisiones
ajenas. Es una 'cualidad, en parte instintiva y en parte fruto de la educación
deliberada, que protege la castidad. Se realiza lo mismo en la esfera sensitivo-instintiva
que en la consciente-intelectual, como freno psíquico frente a la rebeldía de
la sexualidad'[44]. Santo Tomás dice de él que es un sano sentimiento por el
que las pasiones relacionadas con la sexualidad, después del pecado original,
producen un sentimiento de disgusto, de vergüenza, de malestar en el hombre,
hasta tal punto que instintivamente se quiere ocultar todo lo relativo al
cuerpo, a la intimidad y a la sexualidad, de las miradas indiscretas[45].
En el plano puramente instintivo podemos decir que consiste en una resistencia inconsciente a todo lo que revelaría en nosotros el desorden de la concupiscencia de la carne. Cuando se hace consciente, consiste en la elevación de ese sano instinto por obra de la virtud de la prudencia, ya que tiende a excluir circunstancias y a frenar pensamientos previendo que mediante su actividad causarían una violación del orden moral.
Pudor instintivo y pudor convencional. Existe un pudor instintivo, ligado a la constitución psicológica del hombre, y por tanto universal, que se manifiesta como sentimiento de miedo, de vergüenza, ligado de algún modo, a la emoción sexual. 'Aunque algunos niegan este carácter natural del pudor, afirmando que se trata sólo de un hábito adquirido como fruto de la educación, hay que decir, sin embargo, que los estudios antropológicos revelan la existencia del pudor en todos los pueblos, también en los primitivos, en los que, a lo más, varía sólo lo que llaman la individuación secundaria del pudor, es decir, su localización en distintas zonas del cuerpo, que por lo demás no depende del convencionalismo o de la costumbre, sino que en sus líneas esenciales es un proceso racional, conforme a la naturaleza del hombre'[50].
Pero la educación y las condiciones ambientales influyen notablemente en la elaboración personal que cada uno hace de este pudor, el cual, aunque instintivo, no excluye una cierta plasticidad común a todos los instintos, sino que la implica. 'Las condiciones concretas a las que el pudor adapta su acción prudencial son diversas, como por ejemplo, la edad, la diferencia de atracción erótica ejercitada por las distintas partes del cuerpo, el tipo psicológico individual, etc. Estos distintos factores explican las diferencias de las distintas formas de pudor entre los pueblos'[51], es decir, explican la existencia de un pudor convencional que depende esencialmente de las épocas, de la educación, de los individuos, de las regiones.
Las múltiples reacciones de pudor en una persona no son todas manifestaciones de pudor instintivo. Es decir: son manifestaciones de pudor instintivo las que están ligadas a excitantes absolutos (éstos son relativamente pocos), mientras que son manifestaciones convencionales las ligadas a excitantes condicionales. El pudor convencional merece respeto, pero no siempre es sincero ni revelador de una virtud profunda. Ciertas personas depravadas, pero que no ignoran las convenciones sociales, se rodean de precauciones superfluas para ocultar sus perversos instintos. Pero éste no es el verdadero pudor.
Educar en el pudor significa, pues, al mismo tiempo que cultivarlo, también defenderlo de toda mezquindad que tan fácilmente se confunde con el pudor.
La auténtica educación del pudor. La educación del pudor debe ser indirecta, porque una educación directa implicaría necesariamente orientar la atención sobre los objetos que justamente el pudor debe atenuar en su atractivo. No obstante, aunque indirecta, debe ser positiva, es decir, debe preparar aquella atmósfera espiritual que además de impedir la degradación en el campo de la sexualidad animal, hará más fáciles las revelaciones graduales necesarias en su tiempo oportuno. Esta educación del pudor debe ser parte de una educación moral del sentimiento, es decir, de la afectividad en general (que algunos llaman 'educación del corazón'). Educar el corazón se resume en conseguir enamorar a la persona de la virtud y corregir toda desviación anormal del amor sensible. Implica también educar la voluntad; ésta exige, junto al ejercicio constante y cotidiano, la 'gimnasia espiritual' que nos plasme y nos doblegue de modo que seamos capaces de poner en acto lo que comprendemos con tanta facilidad y que proclamamos todavía con mayor facilidad, pero que realizamos con muchísima dificultad. No hay que olvidar que la virtud de la castidad, en cuanto virtud moral, tiene su sede en la voluntad. Pero por encima de todo, ha de reinar la educación de la religiosidad: para la vida casta, la educación religiosa 'es el coeficiente primero y más poderoso, porque los demás coeficientes humanos tienen valor solamente temporal, es decir, mientras perduran los intereses correspondientes en el espíritu del niño. Sólo la religión posee una eficacia que sobrepasa los límites de tiempo, de lugar, de espacio, de ambiente, de circunstancias, con tal que sea sentida, consciente y activa… La religión ha constituido siempre para la pedagogía sexual una potencia única. La religión valoriza la pureza y la presenta al joven como una de las virtudes más altas y más hermosas, a la vez que indica los medios para conservarla y defenderla con esmero, con reserva, con la disciplina interior de las imaginaciones y de los deseos, y con la disciplina exterior de los sentidos'[53]".
[45] Cf. Santo Tomás, Suma Teológica, II-II, q. 151, a. 4.
[52] Paganuzzi, Purezza e pubertà, Brescia 1953, p. 222. Cf. A. Stocker, La cura morale dei nervosi, Milán, 1951, p. 155ss.
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