MIGUEL ÁNGEL FUENTES HABLA SOBRE EL PUDOR, LA PUDICICIA Y LA PUDIBUNDEZ

         Recojo aquí unas páginas, en mi opinión muy sensatas y muy matizadas, que el P. Miguel Ángel Fuentes, sacerdote del Instituto del Verbo Encarnado, dedica al pudor y sus alrededores en su libro La Castidad ¿posible? (Ediciones del Verbo Encarnado, San Rafael, Mendoza, Rep. Argentina, 2006).
         Quisiera, a mi vez, matizar una de las ideas expuestas en el texto: a mi juicio, el pudor es, en efecto, un instinto natural y universal, aunque sus manifestaciones -lo que autor llama sus "individuaciones secundarias", es decir, las formas que adopta el "sentido del pudor"- sean muy diversas en el tiempo y el espacio. Hasta aquí, suscribo lo dicho por el P. Fuentes. Pero en mi opinión esas "individuaciones secundarias", si bien es cierto que en último término obedecen a aquel universal instinto, son de carácter puramente cultural: provienen de las costumbres tradicionales y, a la larga, de las convenciones establecidas por cada sociedad. En virtud de una especie de "contrato social", cada pueblo fija el modo en que sus miembros manifiestan el pudor. (Modo que, además, puede variar con el paso del tiempo y los cambios culturales. Es, por ejemplo, un hecho bien conocido que muchas sociedades "primitivas" cuyo sentido del pudor admitía con toda naturalidad la desnudez completa o casi completa, pasan a adoptar algún tipo de vestido a raíz de sus contactos con gente "civilizada" que les transmite la consideración de la desnudez como algo impúdico. Y, en dirección inversa, las faldas que ahora llevan las monjas de muchas congregaciones serían seriamente indecorosas en 1900; los trajes de baño que usan hoy las cristianas más piadosas serían objeto de reprobación espiscopal en la España de 1940, e così via...).

  
         "El pudor como defensa de la castidad

      No es posible defender o alcanzar la castidad si no se comienza por educar el pudor. El pudor es la tendencia a esconder algo para defender la propia intimidad respecto de las intromisiones ajenas. Es una 'cualidad, en parte instintiva y en parte fruto de la educación deliberada, que protege la castidad. Se realiza lo mismo en la esfera sensitivo-instintiva que en la consciente-intelectual, como freno psíquico frente a la rebeldía de la sexualidad'[44]. Santo Tomás dice de él que es un sano sentimiento por el que las pasiones relacionadas con la sexualidad, después del pecado original, producen un sentimiento de disgusto, de vergüenza, de malestar en el hombre, hasta tal punto que instintivamente se quiere ocultar todo lo relativo al cuerpo, a la intimidad y a la sexualidad, de las miradas indiscretas[45]. 

Pudor y pudicicia. El pudor pertenece tanto a la esfera instintiva como a la consciente. En el primer caso, existe el pudor en el sentido estricto de la palabra; en el segundo, una organización superior del mismo que entra en la categoría de virtud y se denomina pudicicia[46]. La pudicicia o pudor-virtud 'se relaciona íntimamente con la castidad, ya que es expresión y defensa de la misma. Es, por consiguiente, el hábito que pone sobre aviso ante los peligros para la pureza, los incentivos de los sentidos que pueden resolverse en afecto o en emoción sexual, y las amenazas contra el recto gobierno del instinto sexual, tanto cuando estos peligros proceden del exterior, como cuando vienen de la vida personal íntima, que también pide reserva o sustracción a los ojos de los demás y cautela ante los propios sentidos. De esta suerte el pudor actúa como moderador del apetito sexual y sirve a la persona para desenvolverse en su totalidad, sin reducirse al ámbito sexual. No se confunde con la castidad, ya que tiene como objeto no la regulación de los actos sexuales conforme a la razón, sino la preservación de lo que normalmente se relaciona estrechamente con aquellos actos. Viene a ser una defensa providencial de la castidad, en razón de la constitución psicofísica del género humano, perturbada por el pecado original'[47]. 
          En el plano puramente instintivo podemos decir que consiste en una resistencia inconsciente a todo lo que revelaría en nosotros el desorden de la concupiscencia de la carne. Cuando se hace consciente, consiste en la elevación de ese sano instinto por obra de la virtud de la prudencia, ya que tiende a excluir circunstancias y a frenar pensamientos previendo que mediante su actividad causarían una violación del orden moral. 
       En este sentido, siendo la educación humana la actuación de los valores humanos que están en todo hombre en potencia y la afirmación de los valores espirituales sobre la materia, puede muy bien concluirse que la bondad de una educación se mide por el desarrollo y afinamiento dados a la pudicicia, la cual tiende a fortificar el espíritu más que ningún otro hábito operativo[48]. No puede existir educación de la castidad sin el desarrollo del sentimiento del pudor. De la preservación de esta facultad natural depende en gran parte la posibilidad y la capacidad de resistencia a las causas externas que continuamente atentan contra la integridad moral y contra la pureza[49].

Pudor instintivo y pudor convencional. Existe un pudor instintivo, ligado a la constitución psicológica del hombre, y por tanto universal, que se manifiesta como sentimiento de miedo, de vergüenza, ligado de algún modo, a la emoción sexual. 'Aunque algunos niegan este carácter natural del pudor, afirmando que se trata sólo de un hábito adquirido como fruto de la educación, hay que decir, sin embargo, que los estudios antropológicos revelan la existencia del pudor en todos los pueblos, también en los primitivos, en los que, a lo más, varía sólo lo que llaman la individuación secundaria del pudor, es decir, su localización en distintas zonas del cuerpo, que por lo demás no depende del convencionalismo o de la costumbre, sino que en sus líneas esenciales es un proceso racional, conforme a la naturaleza del hombre'[50]. 

           Pero la educación y las condiciones ambientales influyen notablemente en la elaboración personal que cada uno hace de este pudor, el cual, aunque instintivo, no excluye una cierta plasticidad común a todos los instintos, sino que la implica. 'Las condiciones concretas a las que el pudor adapta su acción prudencial son diversas, como por ejemplo, la edad, la diferencia de atracción erótica ejercitada por las distintas partes del cuerpo, el tipo psicológico individual, etc. Estos distintos factores explican las diferencias de las distintas formas de pudor entre los pueblos'[51], es decir, explican la existencia de un pudor convencional que depende esencialmente de las épocas, de la educación, de los individuos, de las regiones. 

           Las múltiples reacciones de pudor en una persona no son todas manifestaciones de pudor instintivo. Es decir: son manifestaciones de pudor instintivo las que están ligadas a excitantes absolutos (éstos son relativamente pocos), mientras que son manifestaciones convencionales las ligadas a excitantes condicionales. El pudor convencional merece respeto, pero no siempre es sincero ni revelador de una virtud profunda. Ciertas personas depravadas, pero que no ignoran las convenciones sociales, se rodean de precauciones superfluas para ocultar sus perversos instintos. Pero éste no es el verdadero pudor.

Falsa educación del pudor: la pudibundez. Se debe educar en el pudor con prudencia. Una educación demasiado estrecha en este campo multiplicaría las dificultades y no haría sino agravar la inquietud y el malestar de los adolescentes y de los jóvenes. Es un hecho innegable que, mediante una educación demasiado rígida, los siglos pasados llevaron el pudor a terrenos en los que no entra para nada, y de esta manera hicieron ver el mal en todas partes. Lamentablemente este tipo de 'mala educación del pudor' no puede causar sino reacciones contrarias, es decir, conduce a la impudicia. 
          Educar en el pudor significa, pues, al mismo tiempo que cultivarlo, también defenderlo de toda mezquindad que tan fácilmente se confunde con el pudor.
        Justamente la falsificación del pudor tiene un nombre y éste es 'pudibundez'. Se denomina así al pudor desequilibrado o excesivo, causado en general por una falsa educación. La pudibundez no hace a las personas castas sino caricaturas de castidad. 'La pudibundez es enemiga nata del pudor, como la beatería es enemiga de la religiosidad verdadera y consciente. El espíritu del adolescente se rebela y le molestan las ideas mezquinas y ruines'[52].

La auténtica educación del pudor. La educación del pudor debe ser indirecta, porque una educación directa implicaría necesariamente orientar la atención sobre los objetos que justamente el pudor debe atenuar en su atractivo. No obstante, aunque indirecta, debe ser positiva, es decir, debe preparar aquella atmósfera espiritual que además de impedir la degradación en el campo de la sexualidad animal, hará más fáciles las revelaciones graduales necesarias en su tiempo oportuno. Esta educación del pudor debe ser parte de una educación moral del sentimiento, es decir, de la afectividad en general (que algunos llaman 'educación del corazón'). Educar el corazón se resume en conseguir enamorar a la persona de la virtud y corregir toda desviación anormal del amor sensible. Implica también educar la voluntad; ésta exige, junto al ejercicio constante y cotidiano, la 'gimnasia espiritual' que nos plasme y nos doblegue de modo que seamos capaces de poner en acto lo que comprendemos con tanta facilidad y que proclamamos todavía con mayor facilidad, pero que realizamos con muchísima dificultad. No hay que olvidar que la virtud de la castidad, en cuanto virtud moral, tiene su sede en la voluntad. Pero por encima de todo, ha de reinar la educación de la religiosidad: para la vida casta, la educación religiosa 'es el coeficiente primero y más poderoso, porque los demás coeficientes humanos tienen valor solamente temporal, es decir, mientras perduran los intereses correspondientes en el espíritu del niño. Sólo la religión posee una eficacia que sobrepasa los límites de tiempo, de lugar, de espacio, de ambiente, de circunstancias, con tal que sea sentida, consciente y activa… La religión ha constituido siempre para la pedagogía sexual una potencia única. La religión valoriza la pureza y la presenta al joven como una de las virtudes más altas y más hermosas, a la vez que indica los medios para conservarla y defenderla con esmero, con reserva, con la disciplina interior de las imaginaciones y de los deseos, y con la disciplina exterior de los sentidos'[53]".


 

[44] Zalba Erro, Pudor, en Gran Enciclopedia Rialp, tomo 19, Rialp, Madrid, 1989, p. 455- 456.
[45] Cf. Santo Tomás, Suma Teológica, II-II, q. 151, a. 4.
[46] C. Scarpellini, Pudore e pudicicia, en Enciclopedia Cattolica, Roma, 1953, vol. X, col. 296.
[47] Zalba Erro, loc. cit.
[48] C. Scarpellini, op. cit., col. 297.
[49] El pudor no es sólo un fenómeno de la infancia; es una fuerza que se manifiesta más profundamente cuando aparece el desarrollo del sexo en la pubertad. Conquista entonces un aspecto nuevo, que no posee en la infancia, es decir, el sentimiento de la propia dignidad, el respeto hacia el propio cuerpo, el sentimiento de repugnancia por toda clase de sujeción a la vulgaridad y a la sensualidad.
[50] Zalba Erro, loc. cit.
[51] Scarpellini, op. cit., col. 296. Cf. Demal, Psicologia pastorale pratica, Roma 1955, p. 120.
[52] Paganuzzi, Purezza e pubertà, Brescia 1953, p. 222. Cf. A. Stocker, La cura morale dei nervosi, Milán, 1951, p. 155ss.
[53] Paganuzzi, op. cit., p. 249.  



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