SÉNANCOUR HABLA "DE LA DESNUDEZ"
El pensador y escritor francés Étienne Pivert de Sénancour (1770-1846) es una figura muy destacada en la literatura prerromántica; en especial por su novela epistolar Obermann (1804), que, en sintonía con el pensamiento de Jean-Jacques Rousseau, contribuyó muy considerablemente a la difusión del sentimentalismo y el gusto por la Naturaleza, así como de la interpretación de los sueños y la Numerología, en Francia e Inglaterra primero y después en otros países, impulsando el desarrollo del movimiento romántico. Fue muy admirado por personalidades como Sainte-Beuve, George Sand, Charles Nodier, Gérard de Nerval, Balzac, Marcel Proust, Matthew Arnold y, entre nosotros, don Miguel de Unamuno.
En su libro Del amor (cuyo título original completo es De l'amour, selon les lois premières et selon les convenances des sociétés modernes), editado por primera vez en 1806, incluyó un capítulo que trata "De la nudité", es decir de la desnudez. A él pertenecen los curiosos párrafos que transcribo a continuación, sin omitir las notas, siempre interesantes, del autor (notas que, en algún caso, van a su vez anotadas):
"[...] Las creencias que habían autorizado, o incluso exigido, la desnudez en las fiestas públicas están abolidas, y pese a todo se citan ejemplos modernos de la indiferencia con que otras generaciones veían lo que ahora sorprendería[30]. Cuando Luis XI hizo su entrada en la capital, muchachas desnudas, situadas junto a las fuentes públicas, figuraban sirenas. En El Juicio de Paris, representado por aquel tiempo, las tres diosas estaban desnudas en el teatro. El Primero de Mayo, ordinariamente, algunas mujeres se mostraban desnudas en el escenario y partían de él para recorrer las calles con antorchas.
Se han visto pueblos que no usaban ningún vestido, excepto en días de solemnidad, o como distinción personal. Esta costumbre no es propiamente contraria al pudor. La dificultad de vestirse, sobre todo de una forma cómoda, perpetuaba la desnudez, sea en los climas estériles y ardientes, sea incluso en otras tribus poco ejercitadas en las artes.
2
En cuanto a nosotros, el ámbito de nuestro pensamiento a duras penas nos permitiría vivir así; incluso en las hordas salvajes, y con el talante más independiente, pero reflexionando y sintiéndose, si no como nosotros, al menos tanto como nosotros, encontrarían desagradable esa desnudez habitual. Sin embargo es fácil suponer circunstancias en las que el hombre más avanzado en la civilización andaría desnudo en público, sin otra incomodidad que la que ordinariamente resulta de una situación opuesta a las costumbres antiguas.
No parece más difícil renunciar a la desnudez en los lugares que la permiten que abandonar en otros sitios el uso contrario. Se lee en relaciones bastante recientes que en el puerto de Jackson los nativos, lejos de imitar a los ingleses, después de quince años de comunicaciones veían el cuidado de cubrirse como un signo de servidumbre, y no pensaban en ropa más que en la estación fría.
En las saunas, en Laponia y en diversas provincias de la Rusia septentrional, las mujeres y los hombres se reúnen, y desnudos. Saliendo del vapor, pasan al aire libre, donde se tienden sobre la nieve; es así como se van preparando para resistir la intemperie de esos climas.
Si la cabaña del baño se encuentra al borde de la carretera y pasan extranjeros, las mujeres se acercan a ellos para mirar los trineos, sin acomplejarse por no tener ningún velo. En una feria célebre que se hace junto al Ganges, a cuatrocientas leguas de su desembocadura, los dos sexos practican sus abluciones sin separarse, a pesar de que esos fieles se despojan de toda su ropa.
Se ha sostenido que la desnudez estaba prescrita en la isla que los europeos han llamado Formosa, y aseguran que en una parte de las Indias, más allá de la cuenca del Ganges, las mujeres van casi desnudas. Esto no se debería atribuir únicamente al clima; el calor no justificaría en absoluto lo que la decencia condenaría. La temperatura es también elevada en Sennaar o en Pondicheri, y sin embargo allí no van desnudas: el uso decide sobre ello, y eso no tiene influencia formal en la corrupción o la severidad de las costumbres[31]. Sin duda era por un abuso de poder por lo que el carro de Heliogábalo era tirado bajo ricos pórticos por romanas completamente desnudas; pero ningún príncipe absoluto sería obedecido si tuviera el mismo capricho en Nápoles o en Lisboa.
Durante los juegos florales las prostitutas andaban desnudas por las calles de Roma. En la época de Catón la gente no se atrevió a pedir esos juegos, pero las costumbres no eran menos depravadas, según la observación de un contemporáneo. En las comidas lujosas y en los festines de recepción, algunos pueblos muy frecuentemente añadían a las diversiones de la mesa otras fantasías de las que sin duda se abusaba, pero que mostraban que esa clase de cosas son por naturaleza variables según los tiempos y los lugares[32].
Esos usos se perpetúan difícilmente cuando las mujeres, teniendo mucha libertad, alcanzan mucha influencia. Ellas comprenden que la completa desnudez, esa prueba a menudo temible, sólo accidentalmente puede servir para su triunfo, y que, además, no supone bastante arte. Si en un sentido la mayoría de ellas pueden temerla, desde otros puntos de vista la desean poco. El hombre no es seductor de la misma forma que la mujer; en tanto que él la quiere sin velos, ella más bien le dejaría conservar algunas partes de su abrigo. Ella elige según los indicios que puede proporcionar el rostro, y más todavía la apariencia general; los hombres, por el contrario, se preguntan si encontrarán por todas partes el atractivo que necesitan. Esta diferencia da valor a la belleza del pecho en un sexo, y proviene también de lo que le falta al otro de deseos imperiosos. Hablando rotundamente, basta que el hombre sea capaz de hacer fecundas a las mujeres, mientras que el medio de cautivar de ellas es parecer muy amables.
Hay una desnudez que se debe evitar habitualmente en casi cualquier país. Sería un error deducir de eso que hay algo esencialmente deshonesto en la visión de los órganos consagrados a unos placeres necesarios, pero esa desnudez nunca se da entre nosotros sin que tenga algún efecto sobre la imaginación, porque es muy chocante en nuestras costumbres, y conviene por lo tanto que no sea involuntaria, por así decir; que no sea una consecuencia de nuestra negligencia. Quizá no hay nada de absolutamente frívolo en la que que tiene que ver con el amor. Séneca ha observado que la verdadera satisfacción es seria: el verdadero placer tiene también algo de grave y reflexivo.
Entre nosotros, aquellos a quienes les fueron concedidos un inmediato sentimiento del placer y esa agudeza que capta los principales resortes de él no se pondrían desnudos ante un testigo sin que eso les resultase positivamente agradable o desagradable. Si pudieran estar en esa situación con una aparente indiferencia, no sería, no obstante, sin una intención; y, sobre todo, nunca la desnudez de ciertas partes del cuerpo les parecería adecuada, excepto en una desnudez total o casi total. Se debe sentir que un simple desajuste de la ropa sería demasiado propicio a acciones furtivas, a las faltas imperdonables de la gente que se desvía de sus principios o que falta a sus promesas. La completa desnudez es más independiente, o más fecunda; muestra que se tiene capacidad para elegir los momentos, y esta seguridad presupone que uno está arreglado de forma irreprochable. No es fácil, por otra parte, para la mayoría de las mujeres no encontrar algo embarazoso en la desnudez sin excepción, ¿y no depende también de ellas hacerla muy expresiva con un simple cambio de actitud? Toda libertad en este terreno es buena con discernimiento. Si el pincel tuviera que poner en contraste el poderoso amor y el triste pecado, éste sería vestido indecorosamente, y el primero estaría desnudo.
No es en principio poco sorprendente que se encuentren algunos hombres a los que muchas veces les disgustaría la desnudez de una mujer. Uno podrá, sin embargo, explicarse esa sensación importuna: cuando unos goces inmoderados o innobles han destruido el entrenamiento que nacía de la juventud interior, el amor no ofrece en perspectiva nada más que las groserías a las que se está acostumbrado. No se experimenta ya con la energía que anuncia que los deseos han sido frecuentemente reprimidos, el feliz acuerdo de dos voluntades sin presiones y el abandono sin desorden. Se desconoce lo que habría de feliz en la fuerza moral que dominase los sentidos cuando nada pareciera resistirlos y uno mismo se aplaudiese por no tener ninguna necesidad de otras cadenas[33]. Así, cuando nada se interpone entre la sensación producida por la presencia de una mujer y los últimos goces a los que únicamente se ha reducido uno, cuando la voluntad degenera y se vuelve totalmente positivista, o demasiado visiblemente material, cuando ya no se logra encontrar el velo ideal, la desnudez no puede dar la impresión de que esperaba un corazón joven. Las gentes así debilitadas son llevadas a creerla inútil si no es desordenada. No se imaginan cómo uno permanece honesto haciéndose libre [...]".
NOTAS
[330] Con ocasión de una hambruna bajo Luis X, se hicieron procesiones en las que, según la crónica de Godefroy de París, las mujeres descalzas y los hombres verdaderamente desnudos marchaban detrás del clero. Hacia el final del siglo XIII hubo aún en Francia, en el campo e incluso en la capital, procesiones que los flagelantes u otros devotos seguían semidesnudos o completamente desnudos.
"En los baños públicos (en el Norte de Francia) los dos sexos están comúnmente separados por paneles de tablas; pero al salir de los baños, todos desnudos, los dos sexos se ven en ese estado, y charlan a menudo de las cosas más indiferentes; después se echan entremezclados en el agua o en la nieve. En los villorrios pobres y apartados, con frecuencia están todos juntos en el mismo baño. He visto, en las salinas de Solikamskaia, hombres que tomaban allí los baños; salían de cuando en cuando a la puerta para refrescarse, y allí conversaban desnudos con mujeres que en su mayoría llevaban a los obreros aguardiente y quouas". (Voyage en Sibérie, fait par ordre, en 1761, por Chappe d'Auteroche, t. I, cap. Iº),
"En 1500..., según una observación muy curiosa del célebre Pagge, los dos sexos se bañaban en pelota* [*No es en 1500, sino un poco después, y estando en el Concilio de Constanza, cuando Pogge fue a visitar los baños de Baden. Él no dice exactamente que los dos sexos estuviesen juntos, pero vio que las comunicaciones entre ellos eran de lo más fácil, y comprobó por sí mismo que ningún velo estorbaba a los simples espectadores. Añadía, en su carta a Nicolas Nicoli, que, teniendo ante los ojos tantas desnudeces y una libertad tan general, creía estar asistiendo a los juegos florales de Roma, o estar en la República de Platón; y que, sin cuestionar las otras virtudes de aquellas aguas, las creía sobre todo eficacísimas contra la esterilidad.] en las aguas de Baden (en Suiza). Se veía nadar en los baños a mujeres tan alegres, tan ligeras, tan bellas y tan poco vestidas como las ninfas de la mitología; los forasteros contemplaban este espectáculo desde lo alto de una galería circular, en la que también se sumaban a esos juegos inocentes si lo tenían a bien. Ningún signo descubría en los padres, en los maridos, un sentimiento de desaprobación o de celos. Los redactores del Museum Allemand, que han reproducido esa relación de Pogge hace una treintena de años, afirman, en las notas que le añadieron, que reinaba todavía, en esa época tan próxima a nuestros tiempos, una grandísima libertad en los baños de Baden". (Journal de l'Empire, 25 abril 1812).
Los romanos habían parecido más severos, pero en cuanto el ruido de las armas se alejó de la capital la licencia se volvió extrema. Comenzó con la conquista de Macedonia; bastaron los consejos de un adivino para introducir en la ciudad del Tíber los abusos nocturnos de las bacanales.
"Cuando se recuerda, dice Winkelman [sic], que en los primeros siglos de la Iglesia se bautizaba a las personas de uno y otro sexo sumergiéndolas indistintamente en las mismas aguas, no se sorprende uno de que la juventud de Atenas hubiera danzado totalmente desnuda en el teatro durante las fiestas de Ceres, ni de que en ciertos días las muchachas de Lacedemonia hubieran también danzado totalmente desnudas ante la gente joven".
Imaginemos un país en el que, en ciertas fiestas generales, las mujeres fuesen absolutamente libres para estar poco vestidas, o incluso no estarlo en absoluto. Nadando, bailando, paseándose, las que lo considerasen adecuado, permanecerían desnudas en medio de los hombres. Sin duda la ilusión del amor sería entonces poco conocida, y las pasiones ya no tendrían arrebatos, o más bien las pasiones no existirían; es precisamente lo que se desearía en ese país imaginario. ¿Es la pasión lo que debe ennoblecer generalmente las cosas humanas? ¿Estamos atontados o envilecidos por necesidades, por apetitos, por placeres a los que todavía no hemos sabido agregar alguna pasión sublime? Hacen falta afectos honestos y placeres delicados, pero se los puede obtener conservando el buen sentido. Nadie propondría el uso de tal desnudez en los pueblos en los que la bondad natural está muy debilitada por la miseria o por el desorden. Quizás en ellos los hombres no se conmoverían más que por deseos carentes de un prestigio que no es en absoluto la pasión, y que vale más que ella; quizá también, volviéndose bastante indiferentes con respecto a las mujeres, esperarían caprichos más groseros o incluso no desearían ya ser excitados por ninguna simpatía, por la presencia de ningún ser que pudiese compartir su inclinación. Cuando un uso se supone nuevo se considera que forma parte de costumbres nuevas. Esta desnudez requeriría otras instituciones análogas, instituciones simples y fuertes, y un gran respeto por ciertas convenciones morales que pertenecen a todos los tiempos. Entonces nos ocuparíamos de tal modo de la satisfacción del alma y de la rectitud de los sentimientos, que la verdadera bondad ya no tendría nada de quimérico. A pesar del silencio de las pasiones, uno se formaría, en todos los aspectos, una idea dulcísima de los goces compartidos. Ese estado de cosas parece lejano, se dirá. Sin duda, pero eso no hace concluir nada en contra de la completa desnudez ocasional, ya que la ley que la estableciera sólo existiría en medio de instituciones exentas de contradicciones respecto a eso. Dejemos de ver al hombre sólo en los hombres que nos son conocidos. No sigamos diciendo que todo lo que sería impracticable entre nosotros es contrario a la naturaleza humana; no declaremos ni absurdo ni monstruoso lo que solamente es inusitado, y démonos cuenta de una vez de que, loables o imperfectas, las instituciones de Licurgo se han hecho realidad.
[31] En los pueblos en que la desnudez no forma parte de los usos y no está autorizada en público, exige mucho criterio y afecta a convenciones delicadas. La falta de gusto contribuye a convertir en obscenos la mayor parte de los libros y grabados eróticos, o más bien esa sola falta, considerada en todo su alcance, los hace condenables. Es así como una desnudez parcial es muchas veces indecente y provoca placeres vivos o ilegítimos. Cuando, en momentos de abandono, el cuerpo no está en su situación natural, con esa libertad que el goce autoriza, hay algo de desagradable en el desarreglo forzoso de los velos que lo cubren tan mal. Con un sentimiento refinado de la voluptuosidad, con gustos honestos, franqueza, una imaginación feliz y un alma elevada, ¿se adoptaría preferentemente, se soportaría lo que hay de trivial, lo que parece haber de bajo, o incluso de hipócrita, en tales maneras? El placer también debe tener su candor, sus impulsos generosos, su delicada desvergüenza. Hay que saber decir: "De buen grado, porque no hay inconveniente". Entonces uno es capaz de decir también, y en un tono que no deja ninguna duda: "No, he prometido lo contrario".
Una reserva inútil, una falsa reserva, proviene menos de la timidez que de la incapacidad. ¡Extravagante pudor que destruye el encanto y hace más groseras las necesidades! ¿Qué relación tienen con el amor esas telas importunas? ¿Es con la ropa con lo que se asocia? Si sois libres, obrad libremente; si no sois libres, no escuchéis a vuestros deseos. Uno está demasiado cerca de sustraerse a toda vigilancia cuando renuncia a ciertas facilidades locales que esperaría si sólo deseara aquello que puede ser confesado o justificado.
[32] "Fæminarum convivia ineuntium in principio modestus est habitus; dein summa quæ amicula exuunt, paulatim pudorem profanant; ad ultimum (honos auribus sit) ima corporum velamenta projiciunt nec meretricum hoc dedecus est, sed matronarum virginumque, apud quas comitas habetur vulgati corporis vilitas". Vie d'Alex, Quinto Curcio, cap. I del lib. V. Y he aquí, en la traducción de Beauzée, este pasaje, modelo de buena fe para los que quieran escribir sobre las costumbres de las naciones: "Las mujeres que acuden a esos banquetes se presentan en ellos al principio con un atavío modesto; después se despojan de todo lo que las cubre por arriba, y, olvidando poco a poco lo que deben al pudor, al final (con el debido respeto a los oídos castos) se quitan hasta los velos destinados a ocultar las partes inferiores de sus cuerpos; y no son las cortesanas las que se abandonan a esta infamia, son las esposas y las muchachas más honorables, que ven esta prostitución envilecedora como un deber de buena educación".
[33] "Aseguran que en la parte meridional de Virginia, en las dos Carolinas y en Georgia, jóvenes negros se presentan absolutamente desnudos ante sus amas y les sirven en la casa sin que ellas se planteen que eso sea indecente... En verdad, sería difícil hacer entender a una habitante que un negro y su marido son dos seres de la misma especie* [*Voyage dans l'intérieur des États-Unis, pendant l'été de 1791.].
"Una vez que el sol ha desaparecido del horizonte, La Almeida* [*Paseo en Mendoza, ciudad de veinte mil almas, al pie de los Andes.] se llena de gente... En el momento de mayor afluencia, las mujeres de todas las edades, sin ropa de ninguna clase, se bañan en la corriente que rodea La Almeida. Mañana y tarde, el bello sexo se baña desnudo en el Zio, cuya agua raramente sobrepasa la rodilla; los hombres y las mujeres se reúnen allí en pelota* [*Mercure du Dix-Neuvième Siècle, 1826, tom. XV.].
Estaba prescrito para las muchachas de Esparta mostrarse desnudas en público en diversas ocasiones. Este uso ha sido contemplado por algunos autores como la causa de la indiferencia por las mujeres entre los espartanos.
Sin embargo, el desorden que puede resultar de esa indiferencia parece haber sido más frecuente en otros griegos. Se lo podrá atribuir a la separación ordinaria de los sexos, a unos ejercicios demasiado repetidos, a costumbres demasiado continuadamente guerreras y de algún modo poco naturales bajo el sol de la Grecia meridional. Seria difícil pensar, con Ferrand, que la desnudez de las chicas, autorizada por las leyes, pudo inspirar cierto distanciamiento con respecto a ellas. "El ojo feroz del espartano, dice este escritor, desdeñaba detenerse sobre aquellas a las que había visto en el mismo estado que los animales, y su orgullo no le permitía suspirar a los pies de un objeto al que la ley trataba con tanto menosprecio". Pero ¿la ley tenía por objeto tratar a las mujeres con menosprecio o sólo prevenir en los hombres lo que hay de ilusorio y novelero en las pasiones? ¿Las mujeres son deshonradas por haber estado desnudas como los animales en los países donde no se acepta que la dignidad humana dependa de nuestros trapos? ¿Los espartanos no veían con todavía más frecuencia hombres desnudos y feroces que mujeres desnudas? ¿Se encuentra, finalmente, un sentido plausible en ese pasaje de la novena carta de L'Esprit de l'Histoire?
Que una mujer evite hacer nacer deseos que no puede satisfacer, y que a menudo incluso deba temer excitar, es lo más razonable. Pero que universalmente, y en todos los supuestos, tenga vergüenza de estar desnuda, no es más que una sumisión a la costumbre, pudor ficticio o debilidad de espíriru.
En el frontispicio de La Sagesse (por Charron), la Naturaleza está representada bajo la alegoría de una hermosa mujer desnuda sin que sus vergüenzas aparezcan (quasi non essent). Supongamos que fuese real, en otras circunstancias, esta condición impuesta al dibujante: el género humano no subsistiría. ¿Será más noble pereciendo, y hay que ruborizarse por existir? Esa gran vergüenza de lo que es propio del amor puede ser considerada a la vez como una humildad extrema o como una extrema soberbia. La inflexibilidad de las pretensiones intelectuales resulta ridícula en unos seres cuya inteligencia no puede separarse de la materia. No tenemos ningún medio de entendernos sobre lo bello, ningún medio siquiera de conocerlo, si lo bello no es lo que agrada generalmente; al menos a aquellos cuyas facultades parecen despejadas. La hermosa mujer de Charron, mutilada en su sexo, ya no puede ser una mujer verdaderamente hermosa; y, por el contrario, una mujer hermosa debe permanecer desnuda en circunstancias escrupulosamente elegidas, sin tener cuidado de mostrarse quasi non essent.
La desnudez, en esas particulares circunstancias, no supone en modo alguno ausencia de pudor. El pudor, o el temeroso sentimiento de las verdaderas convenciones, prohíbe casi toda desnudez en ciertas ocasiones y admite en otras una desnudez completa. En las orillas del Eurotas, las muchachas, abandonando alguna vez sus ropas, no renunciaban ni a la castidad ni siquiera al pudor. Plutarco combate a Heródoto, que dijo: "La mujer se quita la vergüenza con la última túnica". "De ninguna manera -añade Plutarco-: la que es honesta se reviste de vergüenza al despojarse de la túnica de lino* [*Indusium].
Ilustraciones:
1.-Indios tupinambás, Brasil, John White (1585/1587). 2.-Indios apiaká, Río Arinos, Mato Grosso, Brasil, Hércules Florence (1827). 3.-Mujeres Luo, Kenia-Tanzania (ca. 1900). 4.-Saliendo del banya, Yuri Penushkin (1979). 5.-Familia nudista en una playa. 6.- Jóvenes espartanos haciendo ejercicios, Edgar Degas (ca. 1860).
Comentarios
Publicar un comentario