BIBLIOGRAFÍA CATÓLICA SOBRE EL NUDISMO (Y II)

            3.- Giovanni Chimirri, Psicologia della nudità: L'etica del pudore fra esibizionismi e intimità, Bonomi Editore, Pavia, 2010, 125 páginas.  
           Chimirri (n. 1959) es un filósofo italiano, titulado también en Psicología y Teología, miembro de la Associazione Teologica Italiana per lo Studio della Morale, autor de una considerable cantidad de libros, entre los que cabría destacar La prudenza del eros (1987), Pudore sessuale e nudità (1995), Etica delle passioni (1996), I gesti che seducono (1998), Psicologia del corpo (2004), Critica psicologica e morale della pornografia (2006), Libertà dell'ateo e libertà del cristiano (2007), L'arte spiegata a tutti (2009), La persona al centro (2011) y sus trabajos en torno al pensamiento del sacerdote y filósofo católico, beatificado por la Iglesia, Antonio  Rosmini (1797-1855).  
   
         
            El libro del que me ocupo ahora consta de dos grandes partes. La primera, "I fondamenti filosofici e antropologici", comienza con un capítulo que considera, desde el punto de vista de la antropología filosófica, la visión del cuerpo en las sociedades modernas. A partir de la Ilustración, afirma el autor, la cultura occidental ha reivindicado los valores del cuerpo humano, hasta llegar al actual "culto al cuerpo"; no obstante, esa reivindicación se ha basado en imágenes artificiales, ilusorias y distorsionadas del cuerpo, que es frecuentemente instrumentalizado. Para comprender debidamente esta instrumentalización conviene partir del clásico desdoblamiento del cuerpo-objeto y el cuerpo-sujeto. El cuerpo-objeto es algo externo, fenoménico, que puede ser considerado por partes aisladas, como lo hacen los especialistas médicos; el cuerpo-sujeto es algo interno, un elemento constitutivo de la unidad de la persona. Mientras el primero puede ser usado, el cuerpo-sujeto tiene como destino ser vivido, respetado y disfrutado. Los usos instrumentales del cuerpo-objeto pueden atribuirle diversos papeles: fuerza de trabajo, estímulo del placer sexual, materia de estudios anatómicos mediante la disección, etc. El hombre es cuerpo y tiene cuerpo, pero el cuerpo de cada ser humano no es ante él un objeto separado y distante: es con el propio cuerpo con lo que vemos nuestro cuerpo. No podemos salir de él. No debe ser reducido a la condición de instrumento, sino que es principio de instrumentalidad: los instrumentos llegan a ser tales porque una persona los usa (con su cuerpo) en un determinado sentido. 
             A continuación -segundo capítulo- Chimirri se plantea la realidad del hombre como unidad de materia y espíritu. "El cuerpo humano es un organismo que compendia en sí todos los niveles de la materia, y por tanto pertenece simultáneamente a los tres reinos de la naturaleza: mineral (ya que está compuesto en su mayor parte de agua y sales), vegetal  (ya que crece y vive como las plantas, aunque con modalidades distintas) y animal (ya que se mueve y actúa y se reproduce más o menos como muchas especies animales)". En este sentido, el cuerpo humano puede ser tratado como cualquier objeto material, y puede ser matado, comido, ofrecido a la divinidad o a los espíritus, etc.; pero, aun en estos casos, la consideración que de él se hace no es la misma de los animales inferiores: el caníbal que se alimenta con el cuerpo de su enemigo lo hace para humillarlo al máximo y para adueñarse de su fuerza; a los cuerpos ofrecidos en sacrificios humanos se les otorgaba un valor superior al de los animales. Esto prueba que el cuerpo humano, aun en su materialidad, posee unos valores superiores a los de la mera animalidad. Y esta superioridad no proviene del hecho de contener un cerebro algo más grande, sino de que está unido a una conciencia, alma, yo, mente o espíritu. Hay, pues, una diferencia esencial, y no puramente cuantitativa, entre el mundo de la materialidad y el de la espiritualidad. Mientras que el animal encuentra la satisfacción de todas sus necesidades en la naturaleza que lo rodea, el hombre, satisfechas sus necesidades materiales, queda insatisfecho, aspira a trascender la naturaleza. No se trata de una lucha de la conciencia contra el cuerpo, sino de la recta conciencia del cuerpo. El ser humano tiene conciencia de su corporeidad, y la gobierna, la humaniza, la modifica, etc. Es síntesis de cuerpo y alma. Chimirri repasa las distintas interpretaciones que se han hecho de este hecho, unas inclinadas hacia el materialismo y otras hacia el espiritualismo, para concluir que alma y cuerpo son realidades diversas, que por separado son sustancias incompletas y sólo unidas constituyen el hombre. "El cuerpo humano habla y revela siempre los estados mentales del Yo, aun cuando el Yo no es siempre consciente de ello y hasta si no lo quiere: véase nuestro aspecto exterior, las expresiones del rostro, las reacciones incontrolables, etc. [...] El hombre debe entender que su cuerpo es él mismo", y amarlo y cuidarlo. "La educación física del cuerpo es a la vez una educación espiritual del hombre entero".
            El tercer capítulo del libro, último de esta primera parte, versa sobre la sexualidad, el pudor y el placer. Cada cuerpo humano pertenece a un determinado sexo: masculino o femenino; el hombre es un ser sexuado. La sexualidad no es una parcela de nuestro ser, sino que está presente en todo él (lo que no significa en absoluto reducir la existencia a la satisfacción del instinto sexual). Tampoco puede entenderse como el procedimiento de la naturaleza para la propagación de la especie, porque esto antepone la abstracción especie a cada persona concreta. Chimirri defiende que la sexualidad no tiene sólo una función reproductora, ni su ejercicio es obligatorio, ni se circunscribe a lo genital. La sexualidad es ante todo deseo, atracción (que comienza por el cuerpo, ya que es lo más visible de la persona, pero va más allá de lo físico) y "comunión espiritual" con el otro. La unión de los cuerpos es también unión de los espíritus. "El sexo no es sólo sexo, sino también, en una palabra, amor", es decir "auto-donación gratuita e irevocable". Hay en esto un innegable trasfondo racional y moral, y ello lleva a plantearse el tema de la castidad; que no consiste en negar la naturaleza sexual de toda persona humana, ni en reprimir el sexo, ni en quitar legitimidad a todo placer sexual, sino, con visión positiva, en "el control del erotismo con vistas a la realización de los valores de la persona". Desde la perspectiva de esta definición quedan en evidencia los comportamientos sexuales que se oponen a la castidad: adulterio, prostitución, pedofilia, homosexualidad, onanismo, bestialismo, fornicación, incesto, sado-masoquismo, fetichismo, "voyeurismo", exhibicionismo, travestismo, etc. Cada cual debe buscar su perfeccionamiento, también en el ámbito de la sexualidad, porque quien no se esfuerza para mejorarse retrocede hacia la baja animalidad. Esta consideración abre la puerta al tema del pudor. "El pudor ha sido durante siglos la bandera de un ascetismo que divisaba por todas partes tentaciones y culpas", y esta exageración suscitó como reacción una de signo contrario, que hoy permite "exhibicionismos, vulgaridad, prostitución y pornografía" y propugna un libertinaje que degrada el erotismo. Después de pasar revista a las definiciones del pudor dadas por diversos autores, Chimirri propone la suya: el pudor es "gobierno de la esfera instintivo-biológica del individuo, con el fin de que pueda desvelarse de modo voluntario y racional en las distintas circunstancias"; es "reconocimiento/adaptación a modelos culturales y colectivos o temor a transgredirlos"; es "respeto y reserva con respecto a los valores de la sexualidad", y es, por último, "disgusto estético y sensitivo (náusea) ante algunas partes del cuerpo, especialmente los órganos genitales y las funciones excretorias". Afecta, pues, al hombre en tres dimensiones: la espiritual, la física y la sexual; dimensiones a las que el autor dedica atención individualizada, deteniéndose de modo espacial en el pudor sexual, "prudente custodia de los val0res morales de la sexualidad (prole, amor, placer, familia, donación de sí, solidaridad, promesa de bien, etc."). Las últimas páginas de esta parte del ensayo reflexionan sobre el placer: su definición, lo que los filósofos antiguos, la Biblia, Santo Tomás de Aquino, Spinoza, el humanismo, la Ilustración, Kant, Schopenhauer y otros dijeron sobre él, y, por último, las consideraciones del propio Chimirri, que sitúa el placer en una teórica "escala de la tonalidad sensorial": agonía-dolor-molestia-bienestar-placer-felicidad-éxtasis (beatitud). Pero el placer no consiste en la simple disminución de una molestia o la desaparición de un dolor; no es la superación de una negatividad. Es cierto que lo percibimos, positivamente, como una intensificación del bienestar, que es en principio el estado normal de nuestra existencia, pero el verdadero placer está más allá: no es la simple sensación de bienestar, sino un modo especial de vivir la sensación, que el autor llama "la ebriedad de la sensación"; no la percepción de algo agradable, sino nuestra conciencia de esa percepción, la interpretación que hacemos de ella. Así, toda la existencia es una fuente de placeres: el placer de la propia personalidad individual y la propia corporeidad, el de la sociabilidad, el de la creatividad, el de la sexualidad, etc. Ahora bien, el juicio ético sobre el placer dependerá de los valores a los que vaya asociado en cada circunstancia. El placer es un bien, pero no necesariamente un bien moral, y conviene disfrutarlo, evitando los extremismos, de modo que contribuya al perfeccionamiento de la persona. "No hay placer más grande que el de vivir sabiamente y honestamente". 


              La segunda parte, con nueve capítulos (4 a 12), se refiere a "Le situazioni e le condizioni specifiche" y comienza con un capítulo que aborda el tema de la desnudez y el pudor. Se observa en la sociedad actual un "gran deseo de desnudez", manifiesto en las revistas, la televisión, la publicidad, etc. Este fenómeno puede explicarse, en sentido positivo, como recuperación de una corporeidad despreciada y maltratada durante mucho tiempo, pero también, en el negativo, como indicio de la actitud malsana de unos hombres que parecen estar siempre "en celo". La humanización del ser humano a lo largo de los tiempos, dice Chimirri, el paso de la natura a la cultura, puede verse como la transformación del cuerpo y todo lo relativo a él. Mientras que al animal le basta con su piel, el hombre aspira a modificarla: decorarla, vestirla, exhibirla, etc. Esto se debe a que en la especie humana el cuerpo es también espíritu, y por eso en él se muestra la interioridad, el yo. Puede decirse que el ser personal se establece en tres niveles: el de lo que hay bajo la piel, el de la piel y el de lo que cubre la piel ("cuerpo civilizado"). Hay un permanente conflicto entre lo que cubre el cuerpo, que tiende hacia la cultura, y la tendencia a la desnudez de la natura; pero es verdad que, despojado del vestido, el hombre desnudo no es comparable a un animal, ya que su desnudez tiene esa dimensión espiritual de la que los animales carecen. El temor al desnudo es en realidad temor a nosotros mismos. Es preciso aprender a vivir la desnudez, lejos de la vulgaridad, la manipulación y la pornografía, de manera natural, libre, saludable y moral. El pudor tiene una función de control del cuerpo y la sexualidad, pero de sentido positivo: para garantizar la dignidad personal. Puede en este terreno darse un conflicto entre la libertad del individuo y las normas sociales, y por eso suele distinguirse el pudor subjetivo, que es el particular de cada uno, del pudor objetivo, el determinado por la sociedad. Es éste, dependiente de convenciones y costumbres, el pudor que cabe cuestionar cuando las normas sociales han quedado cristalizadas como rutinas vacías, sin conexión con los pudores subjetivos. El vestido, que guarda relación directa con el pudor, no es algo absoluto y natural, sino cultural y variable; aunque el pudor subjetivo es universal, sus manifestaciones difieren según los distintos contextos culturales, y no dependen necesariamente del vestido. El pudor objetivo es mal interpretado por el cinismo, que lo rechaza absolutamente; por la pudibundez, que sigue rígida y fanáticamente lo establecido por la tradición, y por la coquetería, que maneja los signos del pudor precisamente para despertar la atracción sexual. Chimirri dedica tras esto unos párrafos a glosar la "sociología del cuerpo y la desnudez" desarrollada por Monia D'Ambrosio en su libro Il corpo nudo. Sociologia della nudità (2008). 
            El capítulo 5 se abre con unas consideraciones sobre el ver, el mirar y el contemplar y sobre la importancia de la mirada, que es un medio para establecer relaciones interpersonales; relaciones que deben ser de confianza y respeto entre personas en iguales condiciones. El "voyeur", al que Chimirri dedica tres páginas, mira al otro, pero sin ese "reconocimiento de las miradas": mira sin ser visto, se apropia de la desnudez del otro sin ofrecerle la suya, convierte al otro en su presa, en un objeto. 
            El capítulo que sigue se ocupa del vestido y la moda. El vestido, símbolo principal del pudor, se ha ajustado siempre a unas modas, dictadas por el gusto estético, la comodidad, la funcionalidad, los materiales disponibles, la necesidad de distinguirse, el deseo de provocar, el afán de innovación, etc. En todo momento el vestido, por una parte, da, positivamente, un valor añadido al cuerpo desnudo que cubre; por otra, llama la atención, negativamente, sobre lo escondido (prendas transparentes, escotes, ropa ceñida, etc.). Más allá de las modas, el vestido protege no solo la desnudez de nuestro cuerpo, sino nuestro yo profundo. ¿Debemos cubrir nuestro cuerpo para darnos una indentidad propia, superior a la de los animales, o debemos devolvernos la verdad y la libertad originales, despojándonos de la ropa? La respuesta de Giovanni Chimirri es que no conviene adoptar posiciones extremas: ni retroceder al "estado salvaje" ni sucumbir antes las presiones sociales que nos obligan a vestirnos (haciéndolo, además, según los cánones de la moda). Hay que tener en cuenta tanto el pudor subjetivo como el objetivo, sin olvidar que "estar desnudo no quiere decir carecer de pudor". El vestido es solo uno de los posibles símbolos del pudor; renunciar a él no significa necesariamente ser impúdico. ¿Hemos de vivir vestidos?, se pregunta el autor. ¿Y, en caso de que sí, cómo? Refutando una idea de Hegel, Chimirri señala que en el cuerpo humano no hay partes nobles e innobles, honestas y deshonestas, sino que todas son necesarias para la vida y han de ser apreciadas sin discriminación. El pudor no consiste siempre en esconder los genitales. La mujeres chinas se tapan los pies; las musulmanas fundamentalistas, el rostro; algunas africanas muestran los pechos pero se cubren los muslos con una faldilla vegetal, los dinka del Sudán meridional van desnudos, pero llevan una banda en la cintura... Por otra parte, no es el vestido lo que hace morales las conductas. El pudor puede salvaguardarse, incluso estando desnudos, mediante otros recursos que el encubrimiento de los genitales o el uso de una determinada ropa. Se puede estar desnudo con pudor y vestido sin él. Es un error identificar pudor y vestido. No se puede ignorar, además, que el vestido no cumple solo la función del pudor: sirve también para individualizar a su portador, abrigarse, protegerse en ciertas actividades de la suciedad o de algún riesgo, marcar la profesión o el rango social de la persona, indicar su situación vital (soltero, casada, viuda, etc.), indicar estados existenciales (luto, prostitutas, judíos en la Alemania nazi...), adaptarse a ciertos eventos sociales (boda, fiesta nocturna, ópera...), embellecerse y decorarse (complementos, pendientes, anillos, etc.), seducir y, por supuesto, proteger la propia intimidad por pudor. Es preciso discernir cuándo el vestido es y no es necesario. Varios párrafos de este capítulo revisan situaciones en las que es aconsejable la desnudez: el baño, las relaciones sexuales, el descanso nocturno, etc., para concluir estableciendo una distinción entre spogliarsi o svestirsi -desnudarse por completo sin faltar al pudor, por un bienestar físico y espiritual- y denudarsi -desnudarse parcialmente o progresivamente con intenciones inmorales-.
             Sobre las diferentes actitudes ante la desnudez versa el capítulo 7, que parte del principio de que el cuerpo desnudo por sí mismo no es ni malo ni impúdico; es más: puede llegar a ser bueno y púdico si está en función de una humanización de nuestra naturaleza. La desnudez es un tema que atañe solo a las sociedades "civilizadas". En los pueblos que desconocen el vestido, el concepto de desnudez no tiene sentido, o, si acaso, lo tiene en términos diferentes; por ejemplo, en ellos un individuo puede sentirse desnudo por no llevar un determinado adorno o símbolo, aun estando sin ropa. Para esas gentes la desnudez es su estado normal. En las sociedades occidentales (u occidentalizadas) la desnudez se rechaza (al menos oficialmente, ya que por otro lado se explota de forma instrumental y comercializada). Las causas de esto pueden ser varias: bien timidez, baja autoestima, miedo a las críticas, etc., bien la actitud dualista que lleva a considerar el cuerpo como algo bajo y vergonzoso, bien un "espiritualismo" mal entendido que descuida la higiene, la salud y la estética del cuerpo, bien -en los varones- vergüenza por el tamaño del pene o por sus posibles "reacciones" imprevistas,  bien el complejo de no tener un cuerpo perfecto, bien, por último, la idea de que la desnudez tiene siempre un significado erótico. Sobre esto último, hay que notar que en muchas sociedades no ocurre así, como tampoco entre los nudistas. Citando a Marshall McLuhan, según el cual atribuir un carácter erótico a la desnudez es resultado de la hipervaloración de lo visual propia de la sociedad industrial, Giovanni Chimirri sostiene que es necesario reeducar la vista para llegar a  des-erotizar el desnudo como está des-erotizado en los pueblos "primitivos". A este propósito recuerda la anécdota del jefe de un poblado africano que pidió al misionero que les había impuesto la vestimenta occidental que les permitiera volver a su desnudez original, porque el ver cubiertos los genitales del otro sexo les despertaba malos pensamientos. La semi-desnudez, añade el autor, es más incitante que la desnudez completa. Es necesaria una "educación de la desnudez", que requiere, como condición previa, una educación de la corporeidad y la sexualidad; en último término, una educación de la humanidad del hombre, que debiera empezar en la familia. El capítulo se cierra con unas palabras del naturista italiano Daniele Agnoli: "Es justo, por tanto, que la mujer, desde niña, tenga amplia posibilidad de ver al varón en su total desnudez, en su fuerza y en su debilidad; es justo y sano que al varón se le garantice la visión del cuerpo femenino en su integridad y sus partes. La visión habitual de los cuerpos no solo elimina la libido maligna que caracteriza a las personas aquejadas de privación visiva, sino también educa en la convivencia pacífica entre los sexos".
           El capítulo que sigue, que es el 8, se dedica a la belleza del desnudo y su plasmación en el arte. Distingue el autor el desnudo estético, el erótico y el pornográfico. La pornografía es -dice- "la mistificación comercial de la sacralidad del cuerpo, de la desnudez, del placer sexual, de la belleza y del amor". Critica a quienes la justifican juzgándola una manifestación de inconformismo ante las normas sociales o un indicio de civilización y libertad: el hecho de que pueda ser utilizada además con fines críticos o políticos no le quita su "específico, infame y sacrílego carácter, antes lo agrava", por constituir una segunda instrumentalización. La pornografía nunca podrá hacerse pasar por arte. El arte, ciertamente, no tiene por objeto promover la moralidad ni la inmoralidad, pero "es expresión positiva de sentimientos y de belleza, donde reina el gusto, la transparencia, la alegría, el amor, etc., cosas todas inexistentes en la pornografía". Que tampoco existen en ciertas formas "ligeras" y más toleradas de la pornografía, como calendarios eróticos, cierto tipo morboso de fotografías, pintura o escultura "genitales", strip-tease, publicidad erotizada o películas "normales" que utilizan escenas de desnudo como "condimento" innecesario para el desarrollo de la trama. En los últimos párrafos, y antes de reproducir unas palabras del Breviario de Estética de Benedetto Croce, Chimirri se hace una serie de preguntas retóricas que sirven para evidenciar qué desnudez no es "auténtica":
                    -la que excluye el don gratuito de sí mismo, la ternura, el amor y el respeto al prójimo.
                    -la que prescinde de la modestia, la discreción y el pudor.
                    -la que sumerge en atmósferas ambiguas, artificiosas, comerciales, provocativas.
                    -la que tergiversa el placer de los sentidos.
                    -la que no impide la profanación de lo que amamos, como nuestro cuerpo y el del otro.
                    -la que se da en formas pornográficas.
                    -la que contribuye a aumentar la "pansexualización" del mundo actual.
                    -la que atenta imprudentemente contra la correcta educación de los menores.
                    -la que ridiculiza y degrada lo que no es malo en sí, como el cuerpo y la desnudez.
         El capítulo 9 se refiere ya concretamente al movimiento nudista, del que hace una revisión histórica, aludiendo a las asociaciones, federaciones, playas, campings, alojamientos, piscinas, revistas, etc. existentes en la actualidad, con especial atención a la situación de Italia. Se calcula que solo en Europa se cuentan (pero recuérdese que el libro es de 2010) alrededor de 25 millones de practicantes del naturismo (unos 100.000 en Italia). Al régimen de los centros nudistas cerrados se dedican varios párrafos; otros, a las actitudes propias de los nudistas. A éstos los clasifica Chimirri en varios tipos: el nudista que, sin profesar la "filosofía de vida" naturista, se desnuda simplemente para conseguir un bronceado integral, sin las marcas del bañador; el nudista para el cual la desnudez es solo un elemento más del naturismo, es decir de la voluntad de hacer un uso recto de la naturaleza, contra los abusos de la sociedad industrial y consumista; como una variedad del modelo anterior, el nudista ecologista, preocupado por su salud, vegetariano, animalista, partidario de las medicinas alternativas, abstemio, no fumador, antiglobalista, etc.; el nudista solitario, que se desnuda solamente en privado o, si en algún espacio público, donde no haya gente, y otros tipos menos característicos: el naturalista, el extravagante, el vacacional, el semi-textil, el idealista, el emocional... El mundo del nudismo no es monolítico. Las últimas páginas del capítulo informan sobre la legislación relativa a la desnudez pública (también con particular atención, como es comprensible, al caso de Italia) y recogen las opiniones del autor al respecto, para terminar reclamando una legislación que 1) proteja y el nudismo sin confinarlo en reductos marginales o cerrados, 2) lo reconozca como una actividad saludable, 3) vea en él una expresión de la libertad individual "penalmente irrelevante", y 4) sensibilice y responsabilice a las administraciones locales para que concedan espacios públicos razonables a la práctica nudista.
          El capítulo 10 insiste, un tanto reiterativamente a mi juicio, en temas que ya habían sido en alguna medida tocados en los anteriores: la idea de desnudez como la desnudez de los órganos genitales, la ropa de baño y su función, la "vulgaridad genital" y, como principal novedad, los efectos psicológicos de la proximidad de los genitales y los "orificios evacuatorios".
           A la "Teología Moral de la desnudez" se dedica el capítulo 11, que es el penúltimo. En él se mencionan algunos documentos de la Iglesia católica relacionados (en algún caso, muy tangencialmente) con la sexualidad -y no específicamente sobre la desnudez, aunque a lo largo de este libro se la ha estado desvinculando continuamente de lo sexual-; se revisan las referencias bíblicas, vetero y neotestamentarias, a la desnudez -que, en opinión del autor, no es contemplada por los libros sagrados en términos dualistas-; se subraya la valoración positiva del cuerpo que la Encarnación de Cristo significa, y se propone una renovación de la doctrina moral sobre la desnudez, en la línea de lo sostenido a lo largo de todo el ensayo y en sintonía con el pensamiento de algunos teólogos actuales. Cierra el capítulo, como resumen de todo él, otra cita de Daniele Agnoli, que traduzco así: "Si la desnudez no estorba para un uso correcto de la sexualidad, si la desnudez no contradice la aspiración del hombre hacia el espíritu, antes bien, es motivo de elevación y purificación, si la desnudez no impide el alcance de las finalidades escatológicas (estando también la carne destinada a la resurrección), ¿qué sentido tiene perseverar en el tabú del desnudo? También la Iglesia ha entendido al fin que la desnudez del naturismo no es la de la pornografía, de la prostitución y del materialismo hedonístico, sino la de la divina creación devuelta a su genuina condición, gracias al proceso de aculturación del hombre [...] Todo esto nos lleva a afirmar la religiosidad de la desnudez y su no estar en contraste con la moral cristiana", etc.
          El "Epílogo" que da fin al libro formando su capítulo 12 propugna, en lugar del principio tradicional "in medio virtus" -"la virtud está en el centro"-, que parece aspirar a un compromiso entre los dos extremos de las contraposiciones desnudez/vestido, pudor/impudor, exhibicionismo/intimidad, castidad/lujuria, etc., un nuevo principio: "la virtud es la aspiración a lo mejor". Qué sea lo mejor con respecto a la desnudez y al vestido en cada momento y circunstancia es algo que corresponde determinar a la inteligencia, la moral, el buen gusto y la civilización de cada uno, con la responsabilidad de, si es aconsejable, "renunciar incluso a los propios derechos y placeres con tal de 'no escandalizar al hermano más débil' (Mateo 18, 6-9; Romanos 14, 13; 1 Corintios 8, 7-13)".
           Giovanni Chimirri es autor también de una Psicologia del nudismo (1997) -que bien pudiera ser una versión previa del libro que ahora gloso- y una Guida illustrata al nudismo (1998), obras de la que siento no poder decir nada por desconocerlas.

 
           4.- Jim C. Cunningham (ed.), Nudity & Christianity, AutorHouse, Bloomington, IN-Milton Keynes, UK, 2006, 545 páginas.
             Éste es, a mi juicio, el libro más importante en el panorama universal del nudismo católico. Es también el que deja más a la vista sus fundamentos doctrinales.
           El norteamericano Jim C. Cunningham (1953-2021) tuvo en su infancia una educación católica, pero al final de la adolescencia, como tantos otros, perdió la Fe. Sus viajes a Uzbekistán, Israel, Italia, Francia y Escandinavia y la profundización en la Biblia y los Santos Padres que pudo hacer en la Universidad de Massachusetts en Amherst le llevaron a volver a la Iglesia en 1973. Desde entonces, explicó en la autobiografía de su página web, "desilusionado del cristianismo convencional porque era más convencional que cristiano, reexaminé seriamente todos mis valores asumidos, esforzándome por conformarlos a Cristo". Uno de los puntos esenciales de esa revisión fue la unidad inextricable del espíritu y la carne, también destinada a la Resurrección y la Vida Eterna, y por consiguiente en absoluto despreciable o vergonzosa. En la Universidad Católica de Washington y en el Angelicum de Roma adquirió una sólida formación teológica y patrística, y, basándose en ella, llevó a cabo, a lo largo de muchos años y a pesar de sus muchos y graves problemas de salud (diabetes temprana, dos años y medio de diálisis, amputación de media pierna, dos trasplantes de riñón y uno de páncreas y, finalmente, ceguera total), una infatigable campaña para demostrar la compatibilidad entre el naturismo y la práctica católica, tanto a través de sus publicaciones como de su revista, Naturist Life International, y de los retiros que organizaba y dirigía. "Veo mis dificultades como un don, una invitación a compartir la Cruz de Cristo", dijo también en su webCreyentes fervorosos, él, su esposa, Linda Williams, y los cinco hijos de su matrimonio practicaron y promovieron el nudismo a la vez que participaban diariamente en la Santa Misa y en el rezo de la Liturgia de las Horas en los distintos lugares en que residieron, sobre todo en Carmel, Vermont. Precisamente la plena ortodoxia doctrinal de Cunningham motivó las críticas y el distanciamiento de algunos iniciales seguidores suyos pertenecientes a confesiones cristianas no católicas, o de tendencias católicas "progresistas". En la necrológica que apareció en el Newport Daily Express el 12 de abril de 2021 se dice de él que, a pesar de las penalidades que hubo de sufrir, "puso firmemente sus ojos en Dios, nunca se dio por vencido, sino que trabajó duro para mantener a su familia como pudo. Deja un legado de fe implacable, ética de trabajo sólida y valores bíblicos intransigentes".


         Este libro, que dedicó a su esposa y al papa Juan Pablo II in memoriam, es una miscelánea donde reunió una gran cantidad de textos de distintos tonos y extensiones; en su mayor parte suyos, pero también de otros muchos autores antiguos y modernos, entre los cuales se cuentan algunos sacerdotes nudistas. El tema de la desnudez es abordado en él desde todos los puntos de vista imaginables partiendo una perspectiva católica o, en algunos casos, genéricamente cristiana. Sería labor ciclópea resumir aquí el libro. Un simple vistazo al sumario inicial, que ocupa nada menos que 13 páginas, puede dar una idea de la riqueza de su contenido. Muy recomendable (aunque personalmente no suscribiría sin matices todo lo que en él se sostiene). En su parte final incluye un índice de pasajes citados de la Sagrada Escritura y otro de personas y materias de mucha utilidad para el lector.
            No he tenido ocasión de conocer otras obras del mismo autor, como Vermont Unveiled Our Wonderful Bodies!






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