Como se ha podido ver, entre los indígenas de aquellas cálidas regiones lo normal era vivir desnudos. Al referirse después Colón a su actitud amistosa para con los indios, a los que quería ver convertidos en cristianos, insistirá en la desnudez:
"Luego se ayuntó allí mucha gente de la isla. Esto que se sigue son palabras formales del Almirante en su libro de su primera navegaçión y descubrimiento d'estas Indias. 'Yo, dice él, porque nos tuviesen mucha amistad, porque cognosçí que era gente que mejor se libraría y convertiría a nuestra sancta fe con amor que no por fuerça, les di a algunos d'ellos unos bonetes colorados y unas cuentas de vidrio que se ponían al pescueço, y otras cosas muchas de poco valor, con que hobieron mucho plazer y quedaron tan nuestros que era maravilla. Los cuales después venían a las barcas de los navíos adonde nos estábamos, nadando, y nos traían papagayos y hilo de algodón en ovillos y azagayas y otras cosas muchas, y nos las trocaban por otras cosas que nos les dábamos, como cuentecillas de vidrio y cascabeles. En fin, todo tomaban y daban de aquello que tenían de buena voluntad, mas me pareció que era gente muy pobre de todo. Ellos andan todos desnudos como su madre los parió, y también las mujeres, aunque no vide más de una farto moça, y todos los que yo vi eran todos mançebos, que ninguno vide de edad de más de XXX años, muy bien hechos, de muy fermosos cuerpos y muy buenas caras, los cabellos gruesos cuasi como sedas de cola de caballos. Dellos son de la color de los canarios, ni negros ni blancos, y dellos se pintan de blanco y de colorado las caras y todo el cuerpo'".
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En la anotación del 16 de diciembre de 1492 puede leerse también:
"A la media noche con el ventezuelo de tierra, halló una canoa con un indio solo en ella; hízolo meter en la nao y llevólo hasta una poblaçión. El indio fuése luego con su canoa a tierra, y da nuevas del Almirante, y luego vinieron más de quinientos hombres, y desde a poco vino el rey d’ellos. Envióle un presente el Almirante, el cual diz que rescibió con mucho estado y que sería moço de hasta veinte y un años, y que tenía un ayo viejo y qu’él hablaba muy pocas palabras. Este rey y todos los otros andaban desnudos, y son los más hermosos hombres y mujeres que hasta allí hobieron hallado: harto blancos, que, si vestidos anduviesen y se guardasen del sol y del aire, serían cuasi tan blancos como en España".
La condición
plenamente humana de los indios nunca fue puesta en duda por Colón y sus
acompañantes. Y, aunque es cierto que hubo algunas discusiones sobre el tema, a principios de junio de 1537, el papa Paulo III (Alejandro Farnesio), recogiendo ideas expuestas por los dominicos Fray Bernardino de Minaya y Fray Domingo de Betanzos y, sobre todo, por el también dominico Fray Julián Garcés, obispo de Tlaxcala, promulgaría la bula "Sublimis Deus", que establecía que los indígenas americanos eran "verdaderos hombres", dotados por el Creador de todos los derechos, a los que era conveniente y necesario anunciarles el Evangelio.
Esta convicción implicaba que aquellas gentes procedían de la misma estirpe que los demás humanos -cuyo origen la Fe cristiana situaba en Adán y Eva, los Primeros Padres de la
Humanidad-, y de ello se derivaba que también estaban, como todos los descendientes de aquella pareja,
dañados por el Pecado Original. Y sin embargo, los indios, dado que el clima no lo hacía necesario, no sentían la necesidad de
vestirse: una buena prueba de que, aun siendo el pudor un instinto natural en el ser humano, el sentido del pudor es algo de orden cultural, relativo, asociado a las diversas costumbres de las diversas sociedades, como apuntó el cardenal Wojtyła en Amor y responsabilidad, II, 3 ("Una cierta relatividad en la definición de lo impúdico [...] se explica
también, como ya hemos dicho, por las diferencias de las condiciones exteriores: clima,
costumbres, hábitos, etc."), y se nos recuerda en el Catecismo de la Iglesia Católica (2524): "las formas que reviste el pudor varían de una cultura a otra".
Llegando ya a su fin aquel primer viaje, el 15 de febrero de 1493 el Almirante escribe una carta a los Reyes informándoles sobre su desembarco en
América, y en ella insiste otra vez, ahora con una ligera matización:
"La gente de esta isla y de todas las otras que he hallado y he habido noticia, andan todos desnudos, hombres y mujeres, así como sus madres los paren, aunque algunas mujeres se cobijan un solo lugar con una hoja de hierba o una cofia de algodón que para ellos hacen".
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Hernando Colón (1488-1539), hijo del descubridor, escribió una Historia del Almirante, publicada póstumamente en 1571, sobre la vida y los viajes de su padre. Ya que de aquella primera expedición no fue testigo presencial, el relato que nos ofrece del desembarco en las Indias es, como cabe imaginar, trasunto de lo que el descubridor le contó y de lo que dejó escrito en su diario. Por eso el capítulo XXIII, "De la calidad y costumbres de aquella gente que vio el Almirante en la isla referida", comienza en términos muy semejantes a los del cuaderno de bitácora de Colón:
"Retirado el Almirante a sus barcas, le iban siguiendo los indios, a nado unos y otros en canoas, con papagayos y ovillos de algodón hilado, azagaya[s] o lancillas y otras cosas para trocarlas por sartas de abalorio, cascabeles y otras cosas de poca estimación, y como gente sencillísima andaban todos los indios desnudos como nacieron, y no tenía mejor vestido una india que se apareció allí; comúnmente eran mozos de hasta treinta años, de buena estatura; tenían los cabellos gruesos y muy negros, cortados sobre las orejas, aunque había algunos que los traían largos hasta la espalda, y atados con un cordón grueso alrededor de la cabeza a modo de trenza; eran de agradable bulto y buenas facciones, aunque los afeaban algo las frentes, que tenían muy largas; su estatura era mediana, bien formados, de buenas carnes y de color aceituno como los canaris [sic] o rústicos tostados por el sol; unos estaban pintados de blanco, otros de negro y otros de colorado; algunos en la cara, otros en todo el cuerpo y algunos solamente en los ojos o la nariz".
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Informaciones bastante análogas, aunque, según los especialistas, más fantasiosas, y también
menos benévolas con los indios -porque ponen mucho énfasis en su poligamia, su lujuria, su
aceptación del incesto, su canibalismo, etc.-, nos proporcionan las cartas de
Americo Vespucio, que en ya 1499 y 1500 estuvo en aquel continente (al que,
injustamente, desde 1507 se le llamaría con su nombre). En una de ellas que, con fecha del 18 de julio de 1500, escribe desde Sevilla a Lorenzo di
Pierfrancesco de Medici le explica que los indios "son gente de gentil
disposición y de buena estatura: van del todo desnudos; sus armas son arcos con
saetas, y éstas tiran, y rodelas, y son gente esforzada y de grande ánimo; son
grandísimos flecheros [...] Salimos de este golfo, y fuimos a lo largo de la
tierra, y siempre veíamos muchísima gente, y cuando teníamos oportunidad
tratábamos con ellos, y nos daban de lo que tenían y todo lo que les pedíamos.
Todos van desnudos como nacieron sin tener ninguna vergüenza; que si yo hubiese
de contar cumplidamente cuán poca vergüenza tienen, sería entrar en cosa
deshonesta, y es mejor callarla [...] En aquellos países hemos encontrado tal
multitud de gente que nadie podría enumerarla, como se lee en el Apocalipsis:
gente, digo, mansa y tratable; y todos de uno y otro sexo van desnudos, no se
cubren ninguna parte del cuerpo, y así como salieron del vientre de su madre,
así hasta la muerte van. Tienen cuerpos grandes, membrudos, bien dispuestos y
proporcionados, y de color tirando a rojo, lo cual pienso les acontece porque
andando desnudos son teñidos por el sol; y tienen los cabellos abundantes y
negros. Son ágiles en el andar y en los juegos, y de una franca y venusta cara,
que ellos mismos destruyen, pues se agujerean las mejillas y los labios y las
narices y las orejas, y no se crea que aquellos agujeros sean pequeños, o bien
que tuvieran uno sólo, pues he visto muchos, los cuales tienen, en la cara
solamente, 7 agujeros, cada uno de los cuales tenía el tamaño de una ciruela; y
cierran ellos estos agujeros con piedras cerúleas, marmóreas, cristalinas y de
alabastro, bellísimas, y con huesos blanquísimos y otras cosas artificiosamente
labradas según su costumbre, y si vieses cosa tan insólita y a un monstruo
semejante, esto es un hombre que tiene sólo en las mejillas y en los labios 7
piedras, de las cuales muchas son del tamaño de medio palmo, no dejarías de
admirarte, pues muchas veces he considerado y señalado el peso de estas siete
piedras en 16 onzas, sin contar que en cada oreja tienen otras piedras
pendientes en anillo de 3 orificios; y esta costumbre es sólo de los hombres,
pues las mujeres no se agujerean la cara sino sólo las orejas [...] No tienen
paños de lana ni de lino ni aún de bombasí porque nada de ello necesitan; ni
tampoco tienen bienes propios, pero todas las cosas son comunes. Viven juntos
sin rey, sin autoridad y cada uno es señor de sí mismo [...] Las mujeres andan
desnudas y son libidinosas; a pesar de ello sus cuerpos son hermosos y limpios,
ni tampoco son tan feas como alguno quizá podría suponer, porque aunque son
carnosas, sin embargo no se aparece la 'fealdad', la cual en la mayor parte
está disimulada por la buena complexión. Una cosa nos ha parecido milagrosa,
que entre ellas ninguna tuviera los pechos caídos, y las que habían parido, por
la forma y estrechura del vientre no se diferenciaban en nada de las vírgenes,
y en las otras partes del cuerpo, las cuales por honestidad no menciono,
parecían lo mismo. Cuando con los cristianos podían unirse, llevadas de su mucha
lujuria, todo el pudor manchaban y abatían. Viven 150 años y pocas veces se
enferman, y si caen en una mala enfermedad a sí mismos se sanan con ciertas
raíces de hierbas".
6 Ya se ha visto en este blog (entrada del 16-8-20) lo que Michel de Montaigne (1533-1592) escribió algo más tarde en uno de sus Ensayos acerca de "la usanza de esas naciones últimamente descubiertas, de ir completamente desnudos".
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