UNA VEZ MÁS, EL PUDOR

           El filósofo Jacinto Choza, en su ensayo "La supresión del pudor, signo de nuestro tiempo" (recogido en La supresión del pudor, signo de nuestro tiempo y otros ensayos, Pamplona, 1980), reflexiona sobre el pudor desde el punto de vista antropológico.  
        "En una primera aproximación -sostiene- podemos decir que el pudor es la tendencia y el hábito de conservar la propia intimidad a cubierto de los extraños".
             A lo largo del ensayo se ocupa del pudor en tres dimensiones: la de la vivienda, la del vestido y la del lenguaje.
            En lo que se refiere al pudor del vestido, o pudor corporal, que es el que aquí me interesa considerar, afirma Choza que "si el vestido es un uso común de la humanidad, su razón de ser habrá que buscarla en factores constitutivos de la esencia humana. Concretamente, en la vanidad y en el pudor".
             Se puede discutir, ya de entrada, si el vestido es verdaderamente "un uso común de la humanidad"; porque, si bien es forzoso admitir que la mayoría de las culturas han conocido alguna forma, por escueta que sea, de vestido, también lo es que han existido y existen todavía pueblos que lo desconocen absolutamente, o casi absolutamente.

Mujeres nuba, Sudán

Indios mashco piro, Río Madre de Dios, Perú

                                                                                                             Indios enawene nawe, Mato Grosso, Brasil

                                                                                            India tupari, Rondô
nia, Brasil

            Indios kalapalo, Alto Xingú, Brasil 
                                                                 
         También resulta extraño que, junto a la vanidad y el pudor, el profesor Choza no mencione la necesidad de abrigo, que parece una de las razones más obvias del uso de ropa.
            Pero centrémonos en lo más sustancial de su pensamiento.
           Al hablar de "la intimidad" en abstracto, Choza se salva de caer en el error de los no pocos autores que a lo largo de los siglos han identificado esa "intimidad" que debe permanecer oculta con los "órganos de la generación"; y generalmente calificando a esos órganos de "indecentes", "torpes", "vergonzosos", "sucios", etc. Al proceder así, esos exegetas están, sin quererlo ni saberlo, enmendándole la plana al Creador, que hizo a los seres humanos "a su imagen y semejanza" y que vio que todo cuanto había creado "era bueno". ¿Es que hay en Dios partes "vergonzosas"?, ¿es que en la Creación se le escapó algo "malo"? Pero, además, es de sentido común que circunscribir la "intimidad" -y el ámbito del pudor, por tanto- a esas zonas del cuerpo (las que llaman "partes pudendas") supone autorizar la exposición de otras zonas no genitales, como las mamas femeninas, los muslos o las nalgas. Y la experiencia nos muestra que esos mismos que entienden por "intimidad" los genitales suelen incurrir en la contradicción de condenar también la exhibición de esas otras partes de la anatomía, evidenciando que, digan lo que digan, para ellos la "intimidad" es en realidad algo más que los "órganos de la generación".

Mujer obbos, Zaire-Uganda

Mujeres jarawa, Islas Andaman, India

Mujer española

          De estos embrollos se libra, en efecto, el profesor Choza; pero, volviendo a su tesis, habría que determinar, como ya he apuntado en varias entradas de este blog, en qué consiste exactamente esa "intimidad" corporal que el pudor trata de mantener "a cubierto de los extraños". ¿Es intimidad el cabello, que en la Edad Media las mujeres casadas se cubrían siempre? ¿Son intimidad las pantorrillas que las damas victorianas ocultaban tan cuidadosamente? ¿Es intimidad el tórax masculino que los trajes de baño tapaban hasta los años 20 del siglo pasado? ¿Son intimidad los glúteos que los nativos de tantos pueblos de África, América y Oceanía siguen ofreciendo a la vista del mundo? ¿Es intimidad el vientre y el ombligo que las mujeres de hoy día dejan tan frecuentemente al descubierto?

Bañistas victorianos

Mujeres afganas (s. XXI)

          Inevitablemente, insisto una vez más, hay que admitir la relatividad del concepto de intimidad, y, consecuentemente, la del pudor. La indumentaria que para una española de 2001 es absolutamente normal en su vida diaria escandalizaría a una bisabuela suya o a un afgano o iraquí de ahora mismo, y la que para los yanomami de la Amazonía es uso tradicional y cotidiano, alborotaría sin duda a nuestros conciudadanos si se la encontrasen en sus poblaciones. La "intimidad" corporal, repito, no cabe duda de que es algo cambiante en el tiempo y el espacio, o sea, algo cultural y no natural.
          Al comienzo de su ensayo, precisamente como ilustración de esta idea, defendida por muchos, de que el pudor es algo cultural (un "condicionamiento social", dice Choza), recuerda la novela de André Maurois Viaje al país de los artícolas (Voyage au pays des articoles, 1927), en la que se nos muestra una sociedad cuyos miembros no visten más prenda que un mínimo brazalete; que, eso sí, se cuidan de llevar siempre convenientemente colocado. Aunque el profesor Choza rechaza esa tesis para atribuir al pudor una motivación ni natural ni cultural, sino personal, en mi opinión lo que viene a decir Maurois en su novela es lo más razonable, ya que lo corrobora inapelablemente la experiencia.
         Explicando esa raíz personal, Choza dice que "el pudor en cubrir el propio cuerpo significa que el propio cuerpo se tiene en posesión, que no está a disposición de nadie más que de uno mismo, que no se está dispuesto a compartirlo con todo el mundo y que, por consiguiente, se está en condiciones de entregarlo a una persona o de no entregarlo a nadie". Y en otro momento añade: "el pudor es el modo según el cual la persona se posee a sí misma y se entrega a otra concreta".
          De estas palabras se desprende que para Jacinto Choza la simple mostración del cuerpo es "ponerlo a disposición", "compartirlo" y "entregarlo". En mi opinión, al decir esto está haciendo la pequeña trampa dialéctica de emplear el lenguaje en sentido figurado. A mi juicio, la verdadera entrega -entrega no metafórica- es la de la relación sexual. Pero el que una persona se deje ver desnuda ante otra u otras -y obviemos el caso de las consultas médicas- no significa, a mi modo de ver, que "se entregue" a ellas; sólo que se deja ver. Y la vista sólo metafóricamente, "poéticamente", puede posesionarse del cuerpo del otro. Si quiere hacerlo, claro.
          Sigue Choza sosteniendo que esa supresión contemporánea del pudor se corresponde con lo que llama una "mística dionisíaca", cuyas manifestaciones son para él "la embriaguez alcohólica", "el orgasmo sexual" y "la exaltación de la ira". Y así, desde la escasez o ausencia de vestido lleva al lector, como por arte de birlibirloque, al desenfreno sexual de las comunas hippies y demás aberraciones contemporáneas de la sexualidad. Gran salto en el vacío. ¡Como si la desnudez fuera por sí misma una actividad sexual!
       No se infiera, por favor, de todo lo que acabo de decir, que abogo por esa "supresión del pudor"; en absoluto; del pudor, como de la virtud de la Castidad, soy decidido defensor. Sólo que, como se ha podido ver en otras entradas de este blog, abogo por una concepción más profunda del pudor; una concepción cuyas dos notas esenciales serían 1) que es cuestión de actitud e intencionalidad más que de centímetros de tejido -en última instancia, su sentido es evitar a los demás y a uno mismo las ocasiones de pecado contra el sexto y el noveno de los Mandamientos del Decálogo-, y 2) que, en consecuencia, es cuestión de adaptación al entorno, al "pacto tácito" de cada ambiente. Desnudarse en una playa "textil", pasearse en traje de baño por las calles de una ciudad o entrar en una iglesia con minifalda es para mí, en definitiva, más impúdico que estar desnudo en una playa nudista, donde a nadie le perturbará nuestra desnudez porque la desnudez allí es la norma establecida.

Playa nudista

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