GIORGIO AGAMBEN HABLA SOBRE LA DESNUDEZ

        Recojo hoy unos párrafos del  ensayo “Nudità” del filósofo Giorgio Agamben, incluido en el libro de igual título (2009), que fue traducido al español en 2011 como Desnudez:

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      2. La desnudez, en nuestra cultura, es inseparable de una signatura teológica. Todos conocen el relato del Génesis, según el cual Adán y Eva, después del pecado, se percatan por primera vez de que están desnudos: ‘Entonces se abrieron los ojos de ambos y vieron que se hallaban desnudos’ ( Gén 3, 7). Según los teólogos, esto no ocurre por una simple, precedente inconsciencia que el pecado borró. Antes de la caída, ellos, aun sin estar cubiertos por vestido humano alguno, no estaban desnudos: estaban cubiertos por un vestido de gracia que se adhería a ellos como un hábito glorioso (en la versión hebrea de esta exégesis que encontramos, por ejemplo, en el Zohar, se habla de un ‘vestido de luz’).

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      Es de este vestido sobrenatural del que los despoja el pecado, y ellos, desnudados, son obligados a cubrirse, primero haciendo con sus propias manos un taparrabos de hojas de higuera (‘Entrelazaron hojas de higuera y con ellas se hicieron cinturones’) y, más tarde, en el momento de la expulsión del Paraíso, portando vestidos de piel de animal que Dios había preparado para ellos. 

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Esto significa que la desnudez se da para nuestros progenitores en el Paraíso terrestre sólo en dos instantes: la primera vez, en el intervalo, presumiblemente brevísimo, entre la percepción de la desnudez y la confección del taparrabos; y, por segunda vez, cuando se desnudan de las hojas de higuera para vestir las túnicas de piel. Y, también en estos fugaces instantes, la desnudez se da por así decirlo sólo negativamente, como privación del vestido de gracia y como presagio del resplandeciente vestido de gloria que los beatos recibirán en el Paraíso. Una desnudez plena se da, tal vez, sólo en el Infierno, en el cuerpo de los condenados, irremisiblemente ofrecido a los eternos tormentos de la justicia divina. No existe, en este sentido, en el cristianismo, una teología de la desnudez, sino sólo una teología del vestido.
        3. Erik Peterson, uno de los pocos teólogos modernos que ha reflexionado sobre la desnudez, dio por eso este título a su escrito, ‘Theologie des Kleides’ (‘Teología del vestido’). Los temas esenciales de la tradición teológica aquí se compendian en pocas, densísimas páginas. Ante todo, el de la conexión inmediata entre desnudez y pecado: ‘Se da desnudez sólo después del pecado. Antes del pecado había ausencia de vestidos [Unbekleidetheit], pero esta aún no era desnudez [Nacktheit]. La desnudez presupone la ausencia de vestidos, pero no coincide con ella. La percepción de la desnudez está ligada a ese acto espiritual que la Sagrada Escritura define como 'apertura de los ojos'. La desnudez es algo de lo que nos percatamos, mientras que la ausencia de vestidos pasa inadvertida. La desnudez después del pecado podía, sin embargo, ser observada sólo si en el ser del hombre se había producido un cambio. Este cambio a través de la caída debe concernir a Adán y Eva en toda su naturaleza. Es decir, debe tratarse de un cambio metafísico, que tiene que ver con el modo de ser del hombre, y no simplemente de un cambio moral’.
        Esta ‘transformación metafísica’ consiste, sin embargo, simplemente en el desnudamiento, en la pérdida del vestido de gracia: ‘El drástico giro de la naturaleza humana a través del pecado conduce al “descubrimiento” del cuerpo, a la percepción de su desnudez. Antes de la caída, el hombre existía para Dios de tal modo que su cuerpo, aun en ausencia de todo vestido, no estaba “desnudo”. Ese “no estar desnudo” del cuerpo humano incluso en la aparente ausencia de vestidos se explica por el hecho de que la gracia sobrenatural circundaba a la persona humana como un vestido. El hombre no sólo se encontraba en la luz de la gloria divina: estaba vestido de la gloria de Dios. A través del pecado, el hombre pierde la gloria de Dios, y en su naturaleza ahora se hace visible un cuerpo sin gloria: el desnudo de la pura corporeidad, el desnudamiento de la pura funcionalidad, un cuerpo al que le falta toda nobleza, puesto que la dignidad última del cuerpo estaba encerrada en la perdida gloria divina’.
        Peterson busca articular con precisión esa conexión esencial entre caída, desnudez y pérdida del vestido que parece hacer consistir el pecado simplemente en un despojamiento y en una puesta al desnudo (Entblóssung): ‘El “desnudamiento” del cuerpo de los primeros hombres debe de haber precedido a la conciencia de la desnudez de su cuerpo. Ese “descubrimiento” del cuerpo humano, que deja aparecer la “corporeidad desnuda”, ese despiadado desnudamiento del cuerpo con todos los signos de su sexualidad, que se hace visible a los ojos ahora “abiertos” como consecuencia del pecado, puede comprenderse sólo presuponiendo que antes del pecado estaba “cubierto” lo que ahora ha sido “descubierto”’, que antes estaba velado y vestido lo que ahora es develado y desvestido’.
        4. En este punto comienza a delinearse el sentido del dispositivo teológico que, poniendo en relación desnudez y vestido, sitúa en esta relación la posibilidad misma del pecado. El texto de Peterson en efecto parece, al menos a primera vista, implicar cierta contradicción. La ‘transformación metafísica’ consiguiente al pecado es, en realidad, sólo la pérdida del vestido de gracia que recubría la ‘corporeidad desnuda’ de los protoplastos. Ello significa, en buena lógica, que el pecado (o, al menos, su posibilidad) preexistía en aquella ‘corporeidad desnuda’, en sí privada de gracia, que la pérdida del vestido hace aparecer ahora en su ‘pura funcionalidad’ biológica, ‘con todos los signos de su sexualidad’, como un ‘cuerpo al que le falta toda nobleza’. Si ya antes del pecado había necesidad de cubrir el cuerpo humano con el velo de la gracia, esto quiere decir que a la beata e inocente desnudez paradisíaca le preexistía otra desnudez, esa ‘corporeidad desnuda’ que el pecado, al quitar el vestido de gracia, deja aparecer despiadadamente.
         El hecho es que el problema, en apariencia secundario, de la relación entre desnudez y vestido coincide con aquel, en todo sentido teológicamente fundamental, de la relación entre naturaleza y gracia. ‘Así como el vestido presupone el cuerpo que debe cubrir -escribe Peterson-, así la gracia presupone la naturaleza, que debe cumplir con la gloria. Es por ello que la gracia sobrenatural se le concede al hombre en el Paraíso como un vestido. El hombre fue creado sin vestidos -eso significa que tenía una naturaleza propia, diferente de la divina-, pero fue creado en esa ausencia de vestidos para ser recubierto por el hábito sobrenatural de la gloria’.
         El problema de la desnudez es, pues, el problema de la naturaleza humana en su relación con la gracia.

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     Y no es casual que, cuando a principios del siglo XX se difundieron en Alemania y luego en el resto de Europa movimientos que predicaban el nudismo como nuevo ideal social, reconciliado con la naturaleza del hombre, ello fue posible sólo oponiendo a la desnudez obscena de la pornografía y de la prostitución la desnudez como Lichtkleid (‘Vestido de luz’), es decir, evocando inconscientemente la antigua concepción teológica de la desnudez inocente como vestido de gracia. Lo que mostraban los naturistas no era una desnudez sino un vestido, no era naturaleza sino gracia".

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Ilustraciones:


1.-Adán y Eva en el Paraíso, Peter Paul Rubens y Jan Brueghel el Viejo, Museo  Mauritshuis, La Haya, Países Bajos.         2.-Adán y Eva expulsados del Paraíso, litografía de Siegfried Detlev Bendixen (1786-1864).        3.- Familia nudista.      

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