EL "CODEX CALIXTINUS" CRITICA A LOS NAVARROS CON MOTIVO O SIN ÉL

      El Codex Calixtinus, que hace unos años estuvo muy de actualidad a causa del robo de que fue objeto en la catedral de Santiago, y de su posterior recuperación, es un códice del siglo XII (ca. 1160-1181) -atribuido tradicionalmente, aunque sin mucho fundamento, al clérigo francés Aymeric Picaud- que contiene un conjunto de textos que forman el Liber Sancti Iacobi (compuesto ca. 1140-1160). Su libro V puede considerarse la más antigua guía del Camino de Santiago.
      El capítulo VII de ese Liber V -y del Codex Calixtinus- informa acerca “De los nombres de las tierras y de las cualidades de las gentes que se encuentran en el Camino  de Santiago”. 
      Llegado el momento de hablar de los navarros, y después de referirse a su aspecto físico y a su vestimenta, el autor, a medida que avanza en la descripción, va dejando más clara la malísima opinión que tiene sobre ellos, peor aún que la que había manifestado un poco antes sobre los vascos. Algo le habrían hecho padecer en aquellas tierras... Los navarros -advierte- “comen, beben y visten puercamente. Pues toda la familia de una casa navarra, tanto el siervo como el señor, lo mismo la sierva que la señora, suelen comer todo el alimento mezclado al mismo tiempo en una cazuela, no con cuchara, sino con las manos, y suelen beber por un solo vaso. Si los vieras comer, los tomarías por perros o cerdos comiendo. Y si los oyeses hablar, te recordarían el ladrido de los perros, pues su lengua es completamente bárbara. A Dios le llaman urcia; a la Madre de Dios, andrea María; al pan, orgui; al vino, ardum; a la carne, aragui; al pescado, araign; a la casa, echea; al dueño de la casa, iaona; a la señora, andrea; a la iglesia, elicera; al presbítero, belaterra, lo que quiere decir ‘bella tierra’; al trigo, gari; al agua, uric; al rey, erreguia; a Santiago, iaona domne Iacue”.
      Y sigue enumerando, hasta agotar los adjetivos, las atrocidades de ese “pueblo bárbaro [...] colmado de maldades, oscuro de color, de aspecto inicuo, depravado, perverso, pérfido, desleal y falso, lujurioso, borracho, en toda suerte de violencias ducho, feroz, silvestre, malvado y réprobo, impío y áspero, cruel y pendenciero, falto de cualquier virtud y diestro en todos los vicios e iniquidades; parecido en maldad a los getas y sarracenos, y enemigo de nuestro pueblo galo en todo. Por sólo un dinero mata un navarro o un vasco, si puede, a un francés”. 
        Y, para completar esta sarta de denuestos, añade que “en algunas comarcas, sobre todo en Vizcaya y Álava, el hombre y la mujer navarros se muestran mutuamente sus vergüenzas mientras se calientan”.
       No sigo, porque lo que viene a continuación es bastante desagradable y porque es en esta última observación donde quería detenerme ahora: según el autor del libro -sea Aymeric Picaud o no-, a aquellos abominables navarros (que, como se ha visto, habitaban también en Vizcaya y Álava, es decir que no eran exactamente los mismos que hoy llamamos navarros) no les extrañaba que sus genitales fuesen vistos por otras personas de su entorno doméstico.
        Ya he dicho muchas veces en este blog que el sentido del pudor es sumamente relativo en el tiempo y el espacio. Por consiguiente, en principio no debiera sorprendernos que un viajero francés del siglo XII se escandalizase de una costumbre que evidenciaba en sus contemporáneos navarros un sentido del pudor distinto del suyo, como se habría escandalizado sin duda del sentido del pudor de los sudaneses, los habitantes de la Amazonía o los polinesios, si hubiera podido conocerlos.
         Lo curioso de este caso es que esa misma costumbre que con tanto horror reprocha a los navarros el autor del Liber Sancti Iacobi no era algo peculiar de aquel "pueblo bárbaro", sino que existía también en otros lugares. Y a las pruebas me remito: aquí tienen una escultura del mismo siglo XII, parte de un mensario o calendario agrícola, de la portada de la iglesia de San Miguel de Beleña de Sorbe (Guadalajara), que representa a un campesino encapuchado que en el mes de febrero se calienta al fuego sentado en un taburete, separando las piernas y levantándose la ropa de modo que quedan a la vista sus genitales:


        Pero es que lo mismo se hacía también en la propia Francia, como muestra esta miniatura de otro mensario en las famosas Très Riches Heures du Duc de Berry (1412-1416), debida a los hermanos Limbourg (Paul, Jean y Herman), que corresponde igualmente a febrero:

                                                                                                                                                       Conjunto

                                                                                                                                                                         Detalle

       Conclusión: o el autor del Liber Sancti Iacobi desconocía que otras gentes -entre las cuales había compatriotas suyos- hacían exactamente eso mismo que a él le horroriza tanto en los que llama navarros, o bien, en su desmedido furor antinavarro, no tuvo inconveniente en hacerse el sueco para poder añadir una más a las muchas descalificaciones que, él sabría por qué, les lanza antes y después.

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