MARK TWAIN HABLA DEL PECADO ORIGINAL, LA DESNUDEZ Y EL PUDOR
En la tercera de sus Letters from the Earth (libro que en las traducciones españolas unas veces se ha titulado Cartas de la Tierra y otras Cartas desde la Tierra), Mark Twain (1835-1910) glosa el episodio bíblico del Pecado Original desde un punto de vista -que por supuesto no comparto- muy crítico con respecto al Cristianismo -aunque él era oficialmente presbiteriano- y a las confesiones religiosas en general, pero con algunas apreciaciones que, pese a todo, me parecen atinadas:
"[...] oyeron
que Dios se acercaba, caminando entre los matorrales, que es una de sus
costumbres vespertinas, y se quedaron paralizados del miedo. ¿Por qué? Porque
estaban desnudos, y antes no se habían dado cuenta nunca de eso. Antes no les
importaba. Ni a Dios tampoco.
Fue en aquel momento memorable cuando nació la impudicia, y cierta gente la valora desde entonces, aunque por cierto les costaría decir por qué.
Adán y Eva entraron al mundo desnudos y sin ninguna vergüenza, desnudos y puros de corazón, y ninguno de sus descendientes se ha asomado al mundo de otra forma: todos nacieron desnudos, sin vergüenza alguna y puros de corazón, sin pensar que la desnudez es impúdica. Se hizo necesario que adquirieran la impudicia y una mente sucia; no había otra manera de conseguirlo. El primer deber de una madre cristiana consiste en corromper el ánimo de su hijo, y es deber que ella nunca descuida. Si su criatura crece y llega a ser misionero, su misión consiste en ir adonde los salvajes inocentes o adonde los japoneses civilizados, a corromperles el ánimo. Después de lo cual todos estos descubren la impudicia, esconden sus cuerpos y dejan de bañarse juntos desnudos.
Fue en aquel momento memorable cuando nació la impudicia, y cierta gente la valora desde entonces, aunque por cierto les costaría decir por qué.
Adán y Eva entraron al mundo desnudos y sin ninguna vergüenza, desnudos y puros de corazón, y ninguno de sus descendientes se ha asomado al mundo de otra forma: todos nacieron desnudos, sin vergüenza alguna y puros de corazón, sin pensar que la desnudez es impúdica. Se hizo necesario que adquirieran la impudicia y una mente sucia; no había otra manera de conseguirlo. El primer deber de una madre cristiana consiste en corromper el ánimo de su hijo, y es deber que ella nunca descuida. Si su criatura crece y llega a ser misionero, su misión consiste en ir adonde los salvajes inocentes o adonde los japoneses civilizados, a corromperles el ánimo. Después de lo cual todos estos descubren la impudicia, esconden sus cuerpos y dejan de bañarse juntos desnudos.
La convención mal llamada pudor no
tiene grado de normalidad y no puede tenerlo, porque contraría a la naturaleza y
a la razón. Es, por lo tanto, un artificio y está sujeto a la ocurrencia, al
capricho enfermizo de cualquiera. Así, en la India, la dama refinada cubre su
faz y sus senos y deja las piernas desnudas, mientras que la refinada dama europea
se cubre las piernas y expone su rostro y sus senos. En tierras habitadas por
inocentes salvajes, la refinada dama europea pronto se acostumbra a la absoluta
desnudez de los nativos adultos y deja de sentirse ofendida por ella. En el
siglo XVIII, un conde y una condesa franceses muy cultos -sin ningún parentesco
entre sí- naufragaron en una isla deshabitada, sin otra ropa que la de dormir. Pronto
quedaron desnudos. Y también avergonzados. Al cabo de una semana su desnudez ya
no les molestó y pronto dejaron de pensar en ella.
Ustedes nunca han visto a una
persona con ropa. Pues bien, no se han perdido nada [...]" .
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