CON EL DEBIDO RESPETO, DOÑA MARÍA

             Hoy voy a hablar de un personaje remoto en el tiempo: doña María de Padilla. 

           Nació y vivió en el siglo XIV (1334-1361), hija de una noble familia castellana. Doncella “muy fermosa, e de buen entendimiento e pequeña de cuerpo”, según la Crónica del Rey Don Pedro del Canciller Pero López de Ayala (1332-1407), y de carácter al parecer bondadoso y compasivo, se crió en la casa de doña Isabel de Meneses, esposa de don Juan Alfonso de Alburquerque, privado del rey don Pedro I, “el Cruel” para algunos y “el Justiciero” para otros.

            En el verano de 1352 conoce, probablemente por mediación de su tío Juan Fernández de Hinestrosa, a don Pedro, que se dirigía a Gijón para luchar contra su hermanastro rebelde, Enrique de Trastámara. El rey y María se enamoran y se convierten en amantes y protagonistas de lo que no puedo menos que calificar de verdadero culebrón.
           Entonces los matrimonios reales no tenían nada que ver con el amor, sino con las razones de estado, y en 1353, al parecer contra su voluntad y por haberlo concertado el propio Juan Alfonso de Alburquerque, don Pedro, que ya había tenido una hija -Beatriz- con doña María, se casa con Blanca de Borbón, hija del duque Pedro I de Borbón y de Isabel de Valois, ambos descendientes de reyes de Francia.
          A los tres días de la boda, el rey rechaza a su esposa por haber descubierto que durante el viaje de Francia a Valladolid había tenido relaciones con don Fadrique de Castilla, hermanastro de don Pedro (y al parecer también porque no pagó la dote convenida) y la envía a Medina del Campo, donde la acompaña la madre del rey, doña María de Portugal. A estos sucesos alude un romance viejo:

                        Entre las gentes se dice,

                        y no por cosa sabida,

                        que del honrado Maestre

                        don Fadrique de Castilla,

                        hermano del rey don Pedro,

                        que por nombre el Cruel había,

                        está la Reina preñada;

                        otros dicen que parida.

                        Entre los unos, secreto;

                        entre otros se publica...

                        No se sabe por más cierto

                        de lo que el vulgo decía.

                        El rey don Pedro está lejos

                        y de esto nada sabía,

                        que si de esto algo supiera

                        bien castigado lo habría...


                Más tarde doña Blanca pasaría a Arévalo y a Toledo, siempre apoyada por algunos adictos a su causa.
         Algunos miembros de la alta nobleza, descontentos con aquellas decisiones, se enfrentarán al monarca, como también el propio Alburquerque, urdidor del enlace real, quien pasará a ser uno de los más encarnizados enemigos de don Pedro. La baja nobleza, los burgueses y los judíos estaban, en cambio, del lado del rey. El papa Inocencio VI intentó apartarlo de su amante y reconciliarlo con su esposa legítima, amenazándole con la excomunión, pero sólo consiguió que don Pedro se reuniera con Blanca en Valladolid durante un par de días y la dejara de nuevo.

            Aunque el rey seguía enamorado de doña María, en 1354, escoltado por un grupo de fieles, se encontró en Tejadillo (la actual provincia de Zamora) con una representación de los partidarios de doña Blanca, y en aquella negociación, que pasaría a la Historia como Las vistas de Tejadillo”, exigió que se declarase nulo su matrimonio para poder casarse con Juana de Castro, su bella y orgullosa prima gallega, viuda de don Diego López de Haro. Los caballeros armados de Blanca lo apresaron y lo encarcelaron en Toro junto con sus acompañantes, pero logró fugarse con la ayuda de su tesorero judío, Samuel Ha Leví. Para que ese matrimonio fuera posible, los obispos de Ávila y Salamanca declararon nulo el que el monarca había contraído con Blanca de Borbón. El papa, enterado de la situación, encargó al obispo de Cesena que incoara proceso canónico contra los de Ávila y Salamanca, pero don Pedro y doña Juana se casaron en Cuéllar en la primavera de 1354.

          Al producirse esta boda, que aparentemente arrinconaba a doña María, ésta, con el beneplácito del rey, solicita licencia para fundar un monasterio de monjas clarisas en Astudillo (Palencia), en el que pensaba profesar.

            Sin embargo, don Pedro, al parecer tras la noche de bodas -en la que dejó embarazada a Juana, que daría a luz un niño al que se llamó Juan-, también se separó de esta segunda esposa. Doña María de Padilla, abandonando su propósito de entrar en religión, vuelve apasionada al lado de su amado. Doña Juana, a la que apodaron La Desamada”, se retiró a Dueñas y moriría en tierras gallegas el 21 de agosto de 1374. Trece años antes (1361) había fallecido, según algunos envenenada por orden del rey, la ex-reina Blanca de Borbón.

            Don Pedro y su amante, que se establecen en los Reales Alcázares de Sevilla,  tendrían tres hijos más: Constanza (1354),  Isabel (1355) y Alfonso (1359). Pero no se piense que el rey era un ejemplo de fidelidad: tuvo descendencia con varias damas de su corte -luego no se pregunten por qué el diccionario de la Real Academia Española recoge, entre los significados de la palabra cortesana, el de “Mujer de costumbres libres”-: un niño con María González de Hinestrosa, una niña con Teresa de Ayala y dos niños más con Isabel de Sandoval. Y esto por no entrar en averiguaciones fuera del ámbito de la corte.

            Pero volvamos a los Reales Alcázares, construidos en tiempos de los musulmanes, la residencia real más antigua de España. En ellos había una galería subterránea de la época almohade (siglos XII y XIII) con un aljibe de alta bóveda que hoy se conoce como “los baños de doña María de Padilla”. (En el siglo XVI Juan Díaz, Juan de Saucedo, Juan Chacón y Gonzalo Pérez decorarían las paredes con pinturas murales recientemente restauradas).

            Y por fin he llegado a donde quería llegar. (Reconozco que he hecho mucho viaje hasta esos baños, pero me parece que el folletín valía la pena). Según la leyenda, doña María, para ir a bañarse en ellos, recorría desnuda las dependencias del palacio. Un grabado de Paul-Jean-Louis Gervais (1859-1944) la representó en esa situación:

 

         

         Dejando al margen la cuestión de si la leyenda tiene fundamento o no (que quizá no), la imagen es sin duda muy imaginativa, empezando por el detalle de que los baños de doña María, como ya se ha visto, no estaban en un jardín al aire libre -ni al lado de ninguna fuente parecida a la del Patio de los Leones de la Alhambra de Granada- sino en un sótano, y siguiendo porque me parece dudoso que la belleza de doña María dans le plus simple appareil tuviera tantos espectadores/admiradores como en esta evocación de Gervais, donde son poco menos que una multitud. En cualquier caso, y con el debido respeto, mi señora doña María, creo que procediendo así faltabais al pudor. Pensad que podríais bañaros a solas, como lo hace (casi) todo el mundo en el cuarto de baño de su casa, o como en la Biblia Susana -que no por sufrir los abusos de unos lamentables voyeurs dejó de ser ejemplo de Castidad (Dan 13, 15-64)- y Betsabé -que, si bien es cierto que acabó cometiendo adulterio con el rey David, en lo tocante al pudor del baño fue inobjetable (2 Sam, 11, 2-27)-; podríais, si no, limitaros a compartir la desnudez exclusivamente con el rey, imitando a tantas otras parejas que se bañaban conjuntamente en soledad, bien en espacios cerrados,


                 


        Fresco (s. XIV), Palazzo Comunale di San Gimignano, Siena                                                                                         ¿?                                        

                        

Grabado alemán (¿?)                                                                                        Calendario alemán,  Augsburgo (1481)


                                                                            Libro de Horas de Maastricht, Países Bajos (primer cuarto del s. XIV)


bien en discretos escenarios al aire libre,


               

Libro de Horas (s. XIII), Kalender und Praktika (ca. 1368), Múnich

The Morgan Library & Museum, Nueva York


             
  Códice (s. XV), British Library, Londres                                                                Codex Schürstab, Nürnberg (ca. 1472), 
                                                                                                                       Zentralbibliothek, Zürich  

Regimen sanitatis (1477-1496) de Konrad von  Eichstätt , Universitätsbibliothek, Heidelberg 

        Incluso podríais haber compartido con varias o muchas personas de vuestra corte un baño colectivo, como los que se han podido ver en las entradas de este blog de los días 3-04-2019 y 7-04-2019, o como el de estos japoneses, 



gente toda que, en virtud del “pacto tácito” del que se habló aquí el 10-05-2020, practica el baño en común desnuda pero sin intenciones sexuales.
        Pero, señora, lo de transitar en pelota en espacios donde la norma no es la desnudez, entre personas vestidas para las cuales la visión impuesta de vuestro cuerpo gentil bien podría constituir una incomodidad o una ocasión próxima de pecados contra el Noveno Mandamiento, tengo para mí, partidario de la “desnudez razonable” -es decir, compatible con el necesario pudor- que si no es exhibicionismo le anda muy, muy cerca, y en cualquier caso es una inmoralidad.

       Doña María de Padilla falleció en Sevilla, en julio del mismo 1361. Tras su muerte, el rey don Pedro, embargado por el dolor y el llanto, declaró ante su corte -¡revelación sensacional!- “haberse casado con doña María por palabras de presente, ocultando ese casamiento para evitar que algunos de su reino se alzasen contra él” -confesión que, considerada desde el punto de vista jurídico, significa que fue bígamo-, y que este matrimonio secreto se había realizado ante el abad de Santander don Juan Pérez de Orduña. Con esto consiguió que el arzobispo de Toledo declarara nulos sus dos matrimonios, y que las Cortes proclamaron reina a doña María después de muerta, y legitimaran la descendencia que había dado al monarca. Su cuerpo se trasladó a la Capilla de los Reyes de la Catedral de Sevilla, donde también sería enterrado don Pedro, muerto en 1369 por su hermanastro Enrique (ayudado por Bertrand Duguesclin), que le sucedería en el trono de Castilla como Enrique II. Descansen en paz.

 

 

 

 

 

 

 

 

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