¡FELIZ NAVIDAD!
Navidad. Hoy, para muchos, poco más que un periodo de tiempo establecido por la sociedad para dar rienda suelta una vez cada doce meses a ciertas
efusiones de sentimentalismo buenista: alegría general, la familia reunida, el regreso de los
que están lejos, la presencia de los abuelos..., en fin, lo típico de los
anuncios de turrón. Para otros, menos todavía: una entrega frenética, como
desesperada, al consumismo: gastar, comer, beber, comprar, atontarse lo más
posible en tanto que no vuelven las jornadas laborales.
Para nuestras
autoridades municipales, una especie de reto: promover con mucho empeño y mucho
presupuesto -y en algunos casos con muchas semanas de anticipación- el
“ambiente navideño” en las localidades que gobiernan, principalmente mediante
la iluminación de calles y plazas, y, al mismo tiempo -soplar y sorber...-,
por imperativo de la “corrección política” vigente, eliminar de ese “ambiente
navideño” toda referencia al acontecimiento que la Navidad conmemora y celebra.
Porque es un hecho comprobado que la decoración navideña de nuestros pueblos y ciudades
cada vez excluye más generalmente las imágenes del Portal de Belén, el Niño
Jesús, los Reyes Magos y cualquier cosa que recuerde el nacimiento de Cristo,
para explayarse con abetos más o menos estilizados, campanas, hojas de acebo
con sus bolitas, cristales de escarcha, muñecos de nieve, conos, esferas, formas geométricas, y, si acaso, una
estilización, pero muy estilizada, no vayamos a molestar a los ateos, de la
estrella de Oriente. En lugar de "Feliz Navidad" o "Felices Pascuas", como era habitual hasta hace poco, muchas luces dicen ahora "Felices fiestas", escamoteándonos la causa que las motiva. Nuestros ediles, a juzgar por las apariencias, pretenden
imponernos a todos una Navidad “laica” e “inclusiva”.
En los últimos tiempos hasta han aparecido algunos iluminados que, como no están dispuestos a renunciar a unos días de fiesta, dicen celebrar el solsticio o las "vacaciones de invierno".
No me atrevo a
afirmar, por no disponer a día de hoy de pruebas irrefutables, que esto es
parte de un plan global para erradicar la presencia del Cristianismo de nuestro
mundo, pero sí afirmo decididamente que parece parte de
un plan global para erradicar la presencia del Cristianismo de nuestro mundo.
Pero lo que
la fiesta de la Navidad recuerda y celebra, y así ha sido hasta no hace mucho
en todo el mundo occidental y en la población cristiana de Asia, África y
Oceanía, es la Encarnación de Dios Hijo, su incorporación al género humano,
afectado por las consecuencias del Pecado Original, para, como decía mi viejo
catecismo, “redimirnos y darnos ejemplo de vida”.
El Hijo de Dios, Jesús, se hizo hombre -naciendo, además, en un ambiente social
humilde, lejos del hogar familiar y en condiciones precarias-, compartió todas
las cosas humanas excepto el pecado, padeció y murió sacrificándose por
nosotros como víctima propiciatoria para reconciliarnos con el Padre, y,
resucitado, nos abrió la puerta de la Bienaventuranza Eterna, que no es otra
cosa que la visión de Dios y la asimilación a Él.
Así
que, amigos, quien no quiera celebrar esto, que no lo celebre, pero que, por favor, no nos imponga una gran celebración... de nada a los que, respetando a todo el mundo, queremos que la Navidad siga siendo lo que es, lo que han festejado nuestros antepasados.
En cualquier caso, es bueno recordar de qué va esto. Y más en unas circunstancias como
las que la humanidad está atravesando por la pandemia del Covid-19; porque el
temor, el sufrimiento, la pérdida de familiares y amigos, los esfuerzos que todos
estamos haciendo para resistir y combatir el coronavirus, y las investigaciones
científicas encaminadas a encontrar una vacuna que lo venza, hacen más necesaria
que nunca la conversión al Señor y la petición de su misericordia y su ayuda.
En
estas fechas tan señaladas, mis mejores deseos para todos los lectores de este
blog, con un suplemento de simpatía para sus seguidores y para las personas que han aportado comentarios.
¡Feliz y cristiana Navidad!
Ilustraciones:
1.-Hermanos Le Nain, La Sagrada Familia. 2.- Pedro de Mena, El Niño Jesús.
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