BENEDICTO XVI Y LA "TEOLOGÍA DEL CUERPO" DE JUAN PABLO II
Recojo hoy aquí el discurso que el papa Benedicto XVI dirigió el 13 de mayo de 2011 a los participantes en un encuentro del "Instituto Pontificio Juan Pablo II para Estudios sobre el Matrimonio y la Familia".
Señores
cardenales, venerados
hermanos en el episcopado y en el sacerdocio, queridos
hermanos y hermanas:
Con
alegría os acojo hoy, pocos días después de la beatificación del Papa Juan
Pablo II, que hace treinta años, como hemos escuchado, quiso fundar
simultáneamente el Consejo pontificio para la familia y vuestro Instituto
pontificio; dos organismos que demuestran que estaba firmemente convencido de
la importancia decisiva de la familia para la Iglesia y para la sociedad.
Saludo a los representantes de vuestra gran comunidad, esparcida ya por todos los
continentes, así como la benemérita Fundación para el matrimonio y la familia
que he creado para sostener vuestra misión. Agradezco al director, monseñor
Melina, las palabras que me ha dirigido en nombre de todos. El nuevo beato Juan
Pablo II, que, como se ha recordado, hace treinta años sufrió el terrible
atentado en la plaza de San Pedro, os ha encomendado, en particular, para el
estudio, la investigación y la difusión, sus "Catequesis sobre el amor humano",
que contienen una profunda reflexión sobre el cuerpo humano. Conjugar la
teología del cuerpo con la del amor para encontrar la unidad del camino del
hombre: este es el tema que quiero indicaros como horizonte para vuestro
trabajo.
Fue el propio
inquisidor el que defendió a Miguel Ángel con una respuesta que se ha hecho
famosa: "¿No sabes que en estas figuras no hay nada que no sea espíritu?". En
la actualidad nos cuesta entender estas palabras, porque el cuerpo aparece como
materia inerte, pesada, opuesta al conocimiento y a la libertad propias del
espíritu. Pero los cuerpos pintados por Miguel Ángel están llenos de luz, de
vida, de esplendor. De esta manera quería mostrar que nuestros cuerpos entrañan
un misterio. En ellos el espíritu se manifiesta y actúa. Están llamados a ser
cuerpos espirituales, como dice san Pablo (cf. 1 Co 15, 44). Podemos ahora
preguntarnos: Este destino del cuerpo, ¿puede iluminar las etapas de su camino?
Si nuestro cuerpo está llamado a ser espiritual, ¿no deberá ser su historia la
de la alianza entre cuerpo y espíritu? De hecho, lejos de oponerse al espíritu,
el cuerpo es el lugar donde el espíritu puede habitar. A la luz de esto se
puede entender que nuestros cuerpos no son materia inerte, pesada, sino que
hablan, si sabemos escuchar, con el lenguaje del amor verdadero.
La verdadera fascinación de la
sexualidad nace de la grandeza de la apertura de este horizonte: la belleza
integral, el universo de la otra persona y del "nosotros" que nace de la unión,
la promesa de comunión que allí se esconde, la fecundidad nueva, el camino que
el amor abre hacia Dios, fuente del amor. La unión en una sola carne se hace
entonces unión de toda la vida, hasta que el hombre y la mujer se convierten
también en un solo espíritu. Se abre así un camino en el que el cuerpo nos
enseña el valor del tiempo, de la lenta maduración en el amor. Desde esta
perspectiva, la virtud de la castidad recibe nuevo sentido. No es un "no" a los
placeres y a la alegría de la vida, sino el gran "sí" al amor como comunicación
profunda entre las personas, que requiere tiempo y respeto, como camino hacia
la plenitud y como amor que se hace capaz de generar la vida y de acoger
generosamente la vida nueva que nace.
Es
cierto que el cuerpo contiene también un lenguaje negativo: nos habla de la
opresión del otro, del deseo de poseer y explotar. Sin embargo, sabemos que
este lenguaje no pertenece al designio original de Dios, sino que es fruto del
pecado. Cuando se lo separa de su sentido filial, de su conexión con el
Creador, el cuerpo se rebela contra el hombre, pierde su capacidad de reflejar
la comunión y se convierte en terreno de apropiación del otro. ¿No es, acaso,
este el drama de la sexualidad, que hoy permanece encerrada en el círculo
estrecho del propio cuerpo y en la emotividad, pero que en realidad sólo puede
realizarse en la llamada a algo más grande? A este respecto, Juan Pablo II
hablaba de la humildad del cuerpo. Un personaje de Claudel dice a su amado: "Yo
soy incapaz de cumplir la promesa que mi cuerpo te hizo"; y sigue la respuesta: "El cuerpo se rompe, pero no la promesa..." (Le soulier de satin, jornada III,
escena XIII). La fuerza de esta promesa explica cómo la caída no fue la última
palabra sobre el cuerpo en la historia de la salvación. Dios ofrece al hombre
también un camino de redención del cuerpo, cuyo lenguaje se preserva en la
familia. El hecho de que después de la caída Eva reciba el nombre de madre de
los vivientes testifica que la fuerza del pecado no consigue cancelar el
lenguaje originario del cuerpo, la bendición de vida que Dios sigue ofreciendo
cuando el hombre y la mujer se unen en una sola carne. La familia es el lugar
donde se unen la teología del cuerpo y la teología del amor. Aquí se aprende la
bondad del cuerpo, su testimonio de un origen bueno, en la experiencia del amor
que recibimos de nuestros padres. Aquí se vive el don de sí en una sola carne,
en la caridad conyugal que une a los esposos. Aquí se experimenta la fecundidad
del amor, y la vida se entrelaza a la de las otras generaciones. Y es en la
familia donde el hombre descubre su carácter relacional, no como individuo
autónomo que se autorrealiza, sino como hijo, esposo, padre, cuya identidad se
funda en la llamada al amor, a recibirse de otros y a darse a los demás. Este
camino de la creación encuentra su plenitud con la Encarnación, con la venida
de Cristo. Dios asumió el cuerpo, se reveló en él.
El movimiento del cuerpo hacia lo alto se integra aquí en otro movimiento más originario, el movimiento humilde de Dios que se abaja hacia el cuerpo, para después elevarlo hacia sí. Como Hijo, recibió el cuerpo filial en la gratitud y en la escucha del Padre y entregó este cuerpo por nosotros, para engendrar así el cuerpo nuevo de la Iglesia. La liturgia de la Ascensión canta esta historia de la carne, pecadora en Adán, asumida y redimida por Cristo.
Es una carne cada vez más llena de luz y de Espíritu, cada vez más llena de Dios. Aparece así la profundidad de la teología del cuerpo. Esta, cuando se lee en el conjunto de la tradición, evita el riesgo de la superficialidad y permite captar la grandeza de la vocación al amor, que es una llamada a la comunión de las personas en la doble forma de vida de la virginidad y el matrimonio.
El movimiento del cuerpo hacia lo alto se integra aquí en otro movimiento más originario, el movimiento humilde de Dios que se abaja hacia el cuerpo, para después elevarlo hacia sí. Como Hijo, recibió el cuerpo filial en la gratitud y en la escucha del Padre y entregó este cuerpo por nosotros, para engendrar así el cuerpo nuevo de la Iglesia. La liturgia de la Ascensión canta esta historia de la carne, pecadora en Adán, asumida y redimida por Cristo.
Es una carne cada vez más llena de luz y de Espíritu, cada vez más llena de Dios. Aparece así la profundidad de la teología del cuerpo. Esta, cuando se lee en el conjunto de la tradición, evita el riesgo de la superficialidad y permite captar la grandeza de la vocación al amor, que es una llamada a la comunión de las personas en la doble forma de vida de la virginidad y el matrimonio.
Queridos
amigos, vuestro Instituto está bajo la protección de la Virgen María. De María
dijo Dante palabras iluminadoras para una teología del cuerpo: "En tu vientre
se reencendió el amor" (Paraíso XXXIII, 7). En su cuerpo de mujer tomó cuerpo
aquel Amor que engendra a la Iglesia. Que la Madre del Señor siga protegiéndoos
en vuestro camino y haga fecundos vuestro estudio y vuestra enseñanza, al
servicio de la misión de la Iglesia para la familia y la sociedad. Que os
acompañe la bendición apostólica, que os imparto a todos de todo corazón.
Gracias.
Ilustraciones:
Ilustraciones:
1.-El Juicio Final, Miguel Ángel (1541), Capilla Sixtina, Roma. 2.-Matrimonio de Adán y Eva, Devocionario de la Colección Bouhier (1325-1350), Bibliothèque Universitaire, Montpellier. 3.-La Sagrada Familia, Adriaen van der Werff (1714), Museo Amstelkring, Amsterdam. 4.-La Resurrección de Cristo, Luigi Benfatto, "Alvise dal Friso" (s. XVI-XVII), Galleria degli Uffizi, Florencia.
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