MITOS DEL NATURISMO: EL NUDISMO DOMÉSTICO

        Hay algunos nudistas que lo son con tal grado de pasión que propugnan y practican la costumbre de no llevar ropa cuando están en su domicilio.
         Vayamos por partes: me parece muy bien -y muy positivo para la educación de los hijos (siempre y cuando, claro está, se acompañe de la necesaria formación moral)- que en una vivienda familiar nadie cierre la puerta del cuarto de baño cuando se baña o se ducha, ni la del dormitorio cuando se viste o se desviste. Me parece muy bien no ponerse ropa para pasar del dormitorio al cuarto de baño o viceversa. Me parece muy bien que los padres y los hijos se bañen juntos (si tienen la suerte de disponer de una bañera del tamaño adecuado; de lo contrario, la cosa se alejará ya del ámbito del naturismo para aproximarse al de la industria conservera). Si alguien tiene en su domicilio un jardín o una terraza suficientemente discretos, me parece muy bien que esté desnudo en ellos.
       Ahora bien: lo de cocinar, desayunar, comer o cenar, ver la televisión, leer, escuchar música o planchar sin ropa alguna lo veo desaconsejable. Sentarse desnudo en una silla o un sofá salta a la vista que no es ni muy limpio ni muy higiénico. Ya sé que los aficionados a ese desnudismo casero se ponen una toalla debajo; pero, en todo caso, debe de ser una lata estar del salón al comedor, del comedor al salón, del salón a la cocina, todo el día con la toalla a cuestas. En cuanto a lo de cocinar o planchar desnudos puede ser, creo yo, una actividad de riesgo. Cualquier salpicadura del aceite en el que se están friendo el pescado o las croquetas, o del agua en ebullición del arroz o las judías, puede tener consecuencias lamentables. Y un descuido con la plancha puede dejarnos en la piel un recuerdo imperecedero.

                 

                 

                                   

                                  
   
      No se me diga que hay indios del Amazonas o negros de África o de otras regiones de clima cálido que pasan toda su vida habitualmente desnudos. Esa gente no se sienta en sillas ni ante una mesa para hacer sus comidas, sino que se pone en cuclillas, y si se sienta, es en el santo suelo. Esa gente no tiene cocinas ni salones. Mucho menos, televisión. Para dormir o descansar se echa en hamacas de fibras vegetales.



  
             

              

  
         En definitiva, la comparación con esos pueblos que viven al aire libre no me vale: nuestra existencia de occidentales del siglo XXI se desarrolla en un medio al que la desnudez, en general, no siempre se adapta bien. Hacer la vida cotidiana en traje de Adán en espacios naturales, de acuerdo; en nuestras casas actuales... una extravagancia trabajosa y hasta puede que arriesgada. Pero allá cada cual... Dios nos creó libres.

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