OTRA DESNUDEZ APÓCRIFA: JUDITH
Las cinco entradas precedentes se dedicaron a la iconografía de Santa María Magdalena desnuda o semidesnuda, que, como traté de explicar, tiene bases legendarias y no bíblicas.
Un caso algo semejante, del que voy a ocuparme hoy, es el de Judith, cuya historia se recoge en el libro que lleva su nombre dentro del Antiguo Testamento.
Nabucodonosor, rey de Asiria, irritado con todos los pueblos que no se han unido a él en sus empresas bélicas y no le han adoptado como su dios, decide castigarlos y manda contra ellos un enorme ejército, a las órdenes de su general en jefe, Holofernes.
Las tropas asirias avanzan arrasando cuanto encuentran a su paso. Los israelitas se aterrorizan al ver que se acercan a ellos, y se preparan para defenderse ocupando posiciones en los montes, fortificando las poblaciones y pidiendo la ayuda de Yahveh con oración, penitencia y ayuno.
A Holofernes le llegan noticias de que los israelitas se aprestan a la defensa, y uno de sus oficiales, Aquior, le advierte que Dios ampara a aquéllos; pero los demás le dicen que "se trata de un pueblo en el que no hay fuerza ni poder para organizar una resistencia vigorosa" (Jdt 5, 23). En consecuencia, Aquior es amenazado de muerte por Holofernes y desterrado a la ciudad israelita de Betulia, donde es bien recibido por la población.
Al día siguiente (Jdt 7) Holofernes inicia el ataque contra Betulia con 170.000 infantes, 12.000 jinetes y, además, una "muchedumbre muy numerosa" que los acompaña. La especial estrategia que aplica en la ocasión consiste en apoderarse de las fuentes que suministran agua a Betulia y cercar la ciudad para conseguir que se rinda por el hambre y la sed.
Los israelitas claman al Señor, y reprochan a sus jefes que no se hayan entregado al enemigo antes que morir de esa forma. Ozías, uno de los jefes, pide a sus conciudadanos, desfallecidos física y anímicamente, que tengan paciencia durante cinco días más, en espera de la ayuda de Dios. Si al cabo de ese plazo no ha llegado, se entregarán a Holofernes.
Y en estas circunstancias entra en escena Judit (Jdt 8). Se había quedado viuda, aunque en muy buena situación económica, después de que su marido muriese de una insolación hacía casi tres años y medio, y estaba de luto y, como mujer piadosa que era, entregada a la penitencia y el ayuno. Era, además, extraordinariamente bella.
Al oír las protestas del pueblo ante Ozías, se pone en contacto con los ancianos de la ciudad, les reprocha su poca confianza en el Señor, dándoles una admirable lección de providencialismo, y les anuncia que ha tomado una decisión, para cuyo cumplimiento saldrá de la ciudad con su doncella, pero no les revelará qué va a hacer.
Lo primero que hace (Jdt 9) es invocar la ayuda de Dios para su empresa. Después (Jdt 10) se quita el cilicio que llevaba y las ropas de viuda, se baña, se perfuma, se peina, se pone sus mejores vestidos, se adorna con una mitra, pendientes, collares, pulseras, anillos y sandalias y prepara un paquete de provisiones, que entrega su criada.
Ozías y los ancianos la ven llegar a la puerta de la ciudad y se admiran de lo atractiva que está.
Judith y su doncella salen al encuentro del enemigo. Una avanzadilla de los asirios las captura y las interroga. Judith, sin duda considerando que el fin justifica los medios, miente diciendo que quiere revelar a Holofernes una ruta por la que podrá adueñarse de las montañas sin una sola baja. Las conducen, con una escolta de cien hombres, hasta la tienda de Holofernes, mientras todos los asirios quedan embobados viendo una mujer tan hermosa.
Holofernes recibe a Judith con mucha cortesía, y ella, después de una muy astuta "captatio benevolentiae" (en la que critica sus compatriotas por lo mucho que han pecado), le promete que le hará llegar hasta la misma Jerusalén. El general asirio queda también deslumbrado: "Tan fina eres tú en tu figura como distinguida en tus palabras; y si obrares según dijiste, tu Dios será mi Dios, y tú te sentarás en la morada del rey Nabucodonosor, y será renombrada por la tierra toda" (Jdt 11, 23).
Judith pasa tres días en el campamento de los asirios, en calidad de invitada de honor, saliendo de él cada noche, con su doncella, para hacer sus oraciones. Al cuarto día Holofernes ofrece un banquete a sus criados, sin la asistencia de oficiales, y se empeña en invitar a su seductora huésped. "Si no la conquistáramos se reirá de nosotros", dice (Jdt 12, 12). Ella se muestra muy complaciente, y, convenientemente arreglada, comparece y se recuesta en el banquete al lado del general, comiendo y bebiendo con él. "Y el corazón de Holofernes, fuera de sí, se iba tras ella, y se agitó su alma, y estaba ansioso en extremo de unirse a ella, a más que espiaba la ocasión de seducirla desde el primer día que la vio" (Jdt 12, 16). Muy enardecido, aquella noche bebe más de la cuenta.
Cuando, terminada la fiesta, los invitados se han marchado, Judith queda en la tienda a solas con Holofernes, que está durmiendo la borrachera. Dice a su esclava que la espere allí fuera y, pidiendo fortaleza a Dios, coge el alfanje del general y, de dos golpes, le corta la cabeza, que entrega a su doncella para que la esconda en la bolsa de las provisiones. Las dos salen, como solían hacer todas las noches, y regresan a Betulia.
A lo largo de los siglos, los artistas se han sentido atraídos por la figura de esta mujer y le han dedicado un gran número de obras pictóricas, escultóricas y, en los últimos dos siglos, fotográficas.
Hasta los últimos tiempos de la Edad Media, la iconografía de Judith la muestra, de acuerdo con lo dicho en la Escritura, vestida con sus mejores galas; pero desde el siglo XVI, sin que desaparezcan, por supuesto, las imágenes de ese tipo, muchos artistas la representan desnuda o semidesnuda, escudándose en una interpretación muy imaginativa de lo relatado en la Biblia para deleitarse con la belleza de lo que Pablo Neruda llamó, como se ha podido ver en la entrada del 27-04-2019, "la fina y firme forma femenina". Esta visión estética y a menudo erótica y más o menos morbosa está particularmente presente en la iconografía desde el siglo XIX: la asociación entre la belleza, la sexualidad y la muerte que singulariza la historia de Judith -como la de Salomé, otra figura también muy grata al Decadentismo (y a veces es difícil diferenciar un personaje y otro)- tiene sin duda un gran atractivo para los artistas del Fin de Siglo, y después para los del XX y el XXI, que insisten en producir imágenes de Judith absoluta o casi absolutamente desvinculadas de la Fe judeo-cristiana. La atracción que el tema de Judith ha ejercido sobre los artistas contemporáneos es un fenómeno verdaderamente llamativo y digno de estudio, cuya explicación -creo- no ha de buscarse solo en el feminismo.
Un caso algo semejante, del que voy a ocuparme hoy, es el de Judith, cuya historia se recoge en el libro que lleva su nombre dentro del Antiguo Testamento.
Nabucodonosor, rey de Asiria, irritado con todos los pueblos que no se han unido a él en sus empresas bélicas y no le han adoptado como su dios, decide castigarlos y manda contra ellos un enorme ejército, a las órdenes de su general en jefe, Holofernes.
Las tropas asirias avanzan arrasando cuanto encuentran a su paso. Los israelitas se aterrorizan al ver que se acercan a ellos, y se preparan para defenderse ocupando posiciones en los montes, fortificando las poblaciones y pidiendo la ayuda de Yahveh con oración, penitencia y ayuno.
A Holofernes le llegan noticias de que los israelitas se aprestan a la defensa, y uno de sus oficiales, Aquior, le advierte que Dios ampara a aquéllos; pero los demás le dicen que "se trata de un pueblo en el que no hay fuerza ni poder para organizar una resistencia vigorosa" (Jdt 5, 23). En consecuencia, Aquior es amenazado de muerte por Holofernes y desterrado a la ciudad israelita de Betulia, donde es bien recibido por la población.
Al día siguiente (Jdt 7) Holofernes inicia el ataque contra Betulia con 170.000 infantes, 12.000 jinetes y, además, una "muchedumbre muy numerosa" que los acompaña. La especial estrategia que aplica en la ocasión consiste en apoderarse de las fuentes que suministran agua a Betulia y cercar la ciudad para conseguir que se rinda por el hambre y la sed.
Los israelitas claman al Señor, y reprochan a sus jefes que no se hayan entregado al enemigo antes que morir de esa forma. Ozías, uno de los jefes, pide a sus conciudadanos, desfallecidos física y anímicamente, que tengan paciencia durante cinco días más, en espera de la ayuda de Dios. Si al cabo de ese plazo no ha llegado, se entregarán a Holofernes.
Y en estas circunstancias entra en escena Judit (Jdt 8). Se había quedado viuda, aunque en muy buena situación económica, después de que su marido muriese de una insolación hacía casi tres años y medio, y estaba de luto y, como mujer piadosa que era, entregada a la penitencia y el ayuno. Era, además, extraordinariamente bella.
Al oír las protestas del pueblo ante Ozías, se pone en contacto con los ancianos de la ciudad, les reprocha su poca confianza en el Señor, dándoles una admirable lección de providencialismo, y les anuncia que ha tomado una decisión, para cuyo cumplimiento saldrá de la ciudad con su doncella, pero no les revelará qué va a hacer.
Lo primero que hace (Jdt 9) es invocar la ayuda de Dios para su empresa. Después (Jdt 10) se quita el cilicio que llevaba y las ropas de viuda, se baña, se perfuma, se peina, se pone sus mejores vestidos, se adorna con una mitra, pendientes, collares, pulseras, anillos y sandalias y prepara un paquete de provisiones, que entrega su criada.
Ozías y los ancianos la ven llegar a la puerta de la ciudad y se admiran de lo atractiva que está.
Judith y su doncella salen al encuentro del enemigo. Una avanzadilla de los asirios las captura y las interroga. Judith, sin duda considerando que el fin justifica los medios, miente diciendo que quiere revelar a Holofernes una ruta por la que podrá adueñarse de las montañas sin una sola baja. Las conducen, con una escolta de cien hombres, hasta la tienda de Holofernes, mientras todos los asirios quedan embobados viendo una mujer tan hermosa.
Holofernes recibe a Judith con mucha cortesía, y ella, después de una muy astuta "captatio benevolentiae" (en la que critica sus compatriotas por lo mucho que han pecado), le promete que le hará llegar hasta la misma Jerusalén. El general asirio queda también deslumbrado: "Tan fina eres tú en tu figura como distinguida en tus palabras; y si obrares según dijiste, tu Dios será mi Dios, y tú te sentarás en la morada del rey Nabucodonosor, y será renombrada por la tierra toda" (Jdt 11, 23).
Judith pasa tres días en el campamento de los asirios, en calidad de invitada de honor, saliendo de él cada noche, con su doncella, para hacer sus oraciones. Al cuarto día Holofernes ofrece un banquete a sus criados, sin la asistencia de oficiales, y se empeña en invitar a su seductora huésped. "Si no la conquistáramos se reirá de nosotros", dice (Jdt 12, 12). Ella se muestra muy complaciente, y, convenientemente arreglada, comparece y se recuesta en el banquete al lado del general, comiendo y bebiendo con él. "Y el corazón de Holofernes, fuera de sí, se iba tras ella, y se agitó su alma, y estaba ansioso en extremo de unirse a ella, a más que espiaba la ocasión de seducirla desde el primer día que la vio" (Jdt 12, 16). Muy enardecido, aquella noche bebe más de la cuenta.
Cuando, terminada la fiesta, los invitados se han marchado, Judith queda en la tienda a solas con Holofernes, que está durmiendo la borrachera. Dice a su esclava que la espere allí fuera y, pidiendo fortaleza a Dios, coge el alfanje del general y, de dos golpes, le corta la cabeza, que entrega a su doncella para que la esconda en la bolsa de las provisiones. Las dos salen, como solían hacer todas las noches, y regresan a Betulia.
A lo largo de los siglos, los artistas se han sentido atraídos por la figura de esta mujer y le han dedicado un gran número de obras pictóricas, escultóricas y, en los últimos dos siglos, fotográficas.
Hasta los últimos tiempos de la Edad Media, la iconografía de Judith la muestra, de acuerdo con lo dicho en la Escritura, vestida con sus mejores galas; pero desde el siglo XVI, sin que desaparezcan, por supuesto, las imágenes de ese tipo, muchos artistas la representan desnuda o semidesnuda, escudándose en una interpretación muy imaginativa de lo relatado en la Biblia para deleitarse con la belleza de lo que Pablo Neruda llamó, como se ha podido ver en la entrada del 27-04-2019, "la fina y firme forma femenina". Esta visión estética y a menudo erótica y más o menos morbosa está particularmente presente en la iconografía desde el siglo XIX: la asociación entre la belleza, la sexualidad y la muerte que singulariza la historia de Judith -como la de Salomé, otra figura también muy grata al Decadentismo (y a veces es difícil diferenciar un personaje y otro)- tiene sin duda un gran atractivo para los artistas del Fin de Siglo, y después para los del XX y el XXI, que insisten en producir imágenes de Judith absoluta o casi absolutamente desvinculadas de la Fe judeo-cristiana. La atracción que el tema de Judith ha ejercido sobre los artistas contemporáneos es un fenómeno verdaderamente llamativo y digno de estudio, cuya explicación -creo- no ha de buscarse solo en el feminismo.
Maestro de la Magdalena Mansi (principios del s. XVI)
Hans-Baldung (1525)
Hans Sebald Beham (1531)
Hans Sebald Beham (1531)
Hans Sebald Beham (1542)
Hans Sebald Beham (Primera mitad del s. XVI)
Anónimo, cerámica de Deruta (1530-1540), Philadelphia Museum of Art, Philadelphia, Pennsylvannia (USA)
Anónimo, cerámica de Deruta (1530-1540), Philadelphia Museum of Art, Philadelphia, Pennsylvannia (USA)
Jan Sanders van Hemessen (1540)
Jan Metsys (Matsys, Matsijs o Massys) (1543)
Ambrosius Benson (s. XVI)
Vincent Sellaer (s. XVI)
Vincent Sellaer (s. XVI)
Círculo de Vincent Sellaer (s. XVI)
Anónimo (ca. 1575), Stratford-upon-Avon (UK)
Cherubino Alberti (1580)
Jean Ramey (1585)
Sigismondo Coccapani (ca. 1600)
Alessandro Varotari, "Padovanino" (s. XVII)
Alessandro Varotari, "Padovanino" (s. XVII)
Círculo de Jacques Bellange (s. XVII)
Nicolas Regnier (s. XVII)
Giovanni Battista Spinelli (ca. 1630-1660)
Anónimo (s. XVII)
Jan Bellekin (s. XVII), Amsterdam
Gaspare Vismara (s. XVII), Museo del Duomo, Milán
Eustache Le Sueur (s. XVII)
Antonio Zanchi (s. XVII-XVIII)
Michele Rocca, "Parmigianino el Joven" (s. XVII-XVIII)
Giovanni Gioseffo dal Sole (ca. 1695), Minneapolis, Minnesota (USA)
Giovanni Gioseffo dal Sole (1697)
Giovanni Gioseffo dal Sole (1697)
Francesco Conti (principios del s. XVIII), Museo Cerralbo, Madrid
Gregorio Lazzarini (s. XVII-XVIII)
Philip van Dijk (1726)
H. Guttemberg, grabado, según Philip van Dijk (1814)
Paul Emil Jacobs (1830)
Jacques-Francois-Fernand Lematte (1886)
Ferencz Paczka (s. XIX)
Arpad V. Molnar-Trill (s. XIX)
Louis-Auguste Moreau (s. XIX-XX)
Édouard Richter (s. XIX-XX)
Frank Brangwyn ( s. XIX-XX)
Ercole Drei (s. XIX-XX)
Pierre Amédée Marcel-Béronneau (s. XIX-XX)
Jakub Frantisek (s. XIX-XX)
Emmanuel Villanis, lámpara (1900)
Wilhelm List (s. XX)
Lovis Corinth (1910)
Lovis Corinth (1910)
Lovis Corinth (1910)
Bryson Burroughs (1912)
Kolo Moser (1916)
Léon Bakst (1922)
Paul Kalberer (1922), según Alessandro Varotari, "Padovanino"
René Letourneur (1926)
Bryson Burroughs (1912)
Kolo Moser (1916)
Léon Bakst (1922)
Paul Kalberer (1922), según Alessandro Varotari, "Padovanino"
René Letourneur (1926)
Franz von Stuck (1926)
Franz von Stuck (1926)
Franz von Stuck (1927)
William S. Schwartz (1930)
Eugene Henry Fritz (1930)
Arturo Martini (1932)
Alberto Bazzoni (ca. 1935)
Felice Vatteroni (1936)
Alberto Ziveri (1943)
Boris Izrailevich Anisfeld (1947)
¿? (s. XX), propiedad particular, "Il Palazzetto" Truesdell, Baltimore (USA)
Franz von Stuck (1926)
Franz von Stuck (1927)
William S. Schwartz (1930)
Eugene Henry Fritz (1930)
Arturo Martini (1932)
Alberto Bazzoni (ca. 1935)
Felice Vatteroni (1936)
Alberto Ziveri (1943)
Boris Izrailevich Anisfeld (1947)
¿? (s. XX), propiedad particular, "Il Palazzetto" Truesdell, Baltimore (USA)
¿? (1951), Tucumán (Argentina)
Chaim Gross (1960)
Felix Labisse (1971)
André Masson (1974)
Darío Ortiz Robledo (s. XX-XXI)
Darío Ortiz Robledo (s. XX-XXI)
Claudio Giulianelli (s. XX-XXI)
Dorian X (s. XXI)
Jessica Geftic (s. XXI)
Julie A Smith (s. XXI)
Katy Wiedemann (s. XXI)
Matteo Bossi (s. XXI), fotografía
Pablo Caro Revidiego (s. XXI)
Alexander Sulimov (s. XXI)
Patrick Nicholas, según Klimt (s. XXI)
Wlodek Kaluza, según Klimt (s. XXI)
Anónimo, según Klimt (s. XXI)
Vania Zouravliov (s. XXI)
Emil Kazaz (2004)
Emil Kazaz (2016)
Emil Kazaz (2016)
Jel Ena (2011)
Alec Jacobson (2011)
Ernst Fuchs (2011)
Anna Wypych (2011)
Alec Jacobson (2011)
Alec Jacobson (2011)
Anna Wypych (2011)
Daria Souvorova (2012)
Soiman (2012)
Ira Carter (2013)
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