VER, MIRAR Y MIRAR

         Con respecto al Noveno Mandamiento de la Ley de Dios, Jesús se expresó de forma muy explícita e inequívoca: "Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón" (Mt 5, 28). 
         Hay que entender, naturalmente, que este criterio se aplica también a la mujer que mira de esa forma a un hombre, aunque es cierto, según los psicólogos y la experiencia enseñan, que en la mente femenina lo visual tiene menos fuerza como estímulo erótico que en la de los varones. 
         Sin embargo, a juzgar por lo que muchos detractores del naturismo dicen, podría afirmarse que no han entendido bien esas palabras de Cristo, o que las tienen medio olvidadas.
          Reflexionemos un momento: en esa frase hay tres elementos esenciales: el otro (mujer o varón, insisto), el mirar y el deseo.
         En cuanto al mirar, es importante que no entendamos mal el sentido de esa palabra, interpretándola como un simple ver. Ver y mirar son dos verbos que, obviamente, designan la acción propia del sentido de la vista; pero hay diferencias esenciales, que no debemos ignorar, entre el significado de uno y otro. Ver es una operación pasiva: es, simplemente, percibir lo que aparece ante nosotros. Para ello basta con no tener los ojos cerrados. En cambio, mirar es una operación activa, que implica un interés, una atención hacia lo que está ahí.
         Mientras que en el ver no interviene la voluntad -y por consiguiente es imposible ver con deseo a una mujer-, en el mirar sí interviene, y de esto se derivan significativas consecuencias en el plano ético. Recordemos que la Teología Moral nos dice que para que exista pecado deben darse tres condiciones: materia, plena advertencia y consentimiento completo de la voluntad. Esto quiere decir que en el ver, operación ajena a la voluntad, nunca puede haber pecado, mientras que en el mirar sí. 


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        Ahora bien: el hecho de que el mirar sea siempre un acto de la voluntad, un acto plenamente consentido, no significa que mirar a una mujer -o a un hombre- constituya siempre un pecado. Jesús no nos dijo: "Todo el que mira a una mujer, ya cometió adulterio con ella en su corazón", sino que añadió ese "deseándola" para dejar claro que el pecado se comete cuando se mira a la otra persona buscando el placer sexual. O sea que quien mira al otro -ya no solo lo ve-, pero no con una actitud sexual, sino, por ejemplo, con un puro sentimiento estético, o porque le resulta vagamente conocido, o por notar en él o ella alguna particularidad física que le llama la atención -pongamos que una piel excepcionalmente blanca, un tatuaje, un cuerpo muy velludo, una cicatriz aparatosa, etc.-, tampoco está quebrantando la Castidad. 
        Aquí radica una diferencia esencial entre el "nudista razonable" y el "mirón". El "nudista razonable" ve los cuerpos desnudos de los demás, o incluso puede mirarlos, pero con limpieza de corazón y no con la mirada despersonalizadora de la que habló San Juan Pablo II en Amor y responsabilidad, una mirada que priva al otro de su condición de persona, reduciéndolo a la condición de objeto utilizado para el propio placer sexual. Ésa es precisamente la mirada del "mirón".

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Ilustraciones:


1.-Venus de Médicis, atribuida a Praxíteles, Galería de los Uffizi, Florencia.       2.-David, Miguel Ángel, Florencia.



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