CUERPO, INTIMIDAD, PUDOR

       No son pocas las personas que rechazan o condenan el naturismo alegando que el pudor exige mantener oculta la propia intimidad. Por experiencia sé que cuando esa gente habla de la intimidad está pensando en la intimidad corporal y el pudor que se refiere a ella, aunque es muy cierto que también "existe un pudor de los sentimientos", como bien dice el Catecismo de la Iglesia Católica (2523), un pudor que "mantiene silencio o reserva donde se adivina el riesgo de una curiosidad malsana" (2522). Siempre me ha sorprendido la desenvoltura con que las mujeres del Sur de España hacen públicas urbi et orbi en los autobuses y en las salas de espera de hospitales o dentistas las vicisitudes de sus ciclos menstruales, las hemorroides de sus maridos, sus broncas con ellos o los embarazos de sus hijas solteras (mujeres que, por otra parte, ponían cuidado en que no se les vieran demasiado las piernas). En un nivel de mucha más gravedad, la actual televisión española nos ofrece abundantes programas que buscan audiencia -es decir anunciantes, es decir dinero, no nos engañemos- suministrando a la gente dosis masivas de eso que podríamos llamar "impudor espiritual". No creo que haga falta concretar: los casos están en la mente de todos. ¿No es ésa una forma más de la pornografía?

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       Podríamos preguntarnos si no es curioso el hecho de que para tanta gente la intimidad se sitúe precisamente en el plano más superficial: el exterior del cuerpo. Uno tendería a pensar más bien que la intimidad es lo que va por dentro: nuestros pensamientos, nuestros sentimientos, nuestras pasiones... , todo lo regido por ese “pudor espiritual” al que antes aludí. Pero sigamos con la intimidad corporal.
       Las cosas empiezan a complicarse cuando a alguna de esas personas se le pregunta: "¿Y qué es la intimidad?".
   Para responder, suelen explayarse en consideraciones filosóficas que se elevan, imparables, hasta las regiones estratosféricas, y cuando al fin se regresa a la vida real, todo queda una gran tautología: "Debemos mantener oculta la propia intimidad, y la intimidad es... eso que mantenemos oculto". Círculo vicioso. 

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       Una buena manera de salir de él sería considerar que la intimidad -eso que se debe mantener oculto- para algunos seres humanos es algo sumamente distinto de lo que para otros, tanto si consideramos la cuestión en el plano del tiempo como en el del espacio. La intimidad de un inglés victoriano es muy distinta de la de un inglés de 2019, que a su vez es muy distinta de la de un contemporáneo dominicano. La intimidad de una fundamentalista musulmana iraquí comprende todo el cuerpo menos los ojos, mientras que la de una india zo'é de la Amazonía es únicamente lo que quedaría manifiesto si se quitara el poturu, ese cilindro de madera que le atraviesa la piel y asoma por debajo del labio inferior; y la de una europea podría situarse en un punto intermedio (aunque quizá cabría establecer matices diferenciando los casos de, por ejemplo, una finlandesa y una portuguesa).
       De modo que se impone una conclusión: el sentido de la intimidad física es algo de orden cultural, no natural. Y por lo tanto, algo relativo. Cada momento histórico y cada pueblo tienen su propio concepto de esa intimidad.

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     Pero habría que añadir enseguida que tienden a tenerlo cada vez menos propio: en este mundo actual "globalizado", la facilidad de las comunicaciones nos permite a casi todos conocer a través de la prensa, la radio, el cine y la televisión las culturas de pueblos muy distintos del nuestro, y viajar cómodamente a cualquier lugar remoto. Por esta "globalización" cualquier español se ha acostumbrado a ver cómo viven los fundamentalistas musulmanes y los indios zo’é de la Amazonía, e incluso quizás en alguno de sus viajes ha tenido que adaptar su indumentaria a las normas del país que está visitando, incorporándose así a una cultura en principio ajena; de modo que, en cierta forma, hoy todas las culturas tienden a ser una; y al ir cayendo ciertas barreras impuestas aquí y allá por las antiguas costumbres, es previsible que el sentido de la intimidad corporal será cada vez menos abarcador, y el vestido -siempre, claro está, en función de las condiciones climáticas- cada vez más reducido. No hay que ser especialmente "liberal" para verlo: hasta la gente ultraconservadora, al lamentarse de la degeneración de los tiempos que corren, reconoce más o menos explícitamente esta evolución del vestuario.
     ¿Significa esto que el pudor, que habíamos quedado en que era un sentimiento universal y eterno, en el futuro desaparecerá? 

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     Si entendemos el pudor en un sentido tan material y objetivo como hasta ahora -mera cuestión de ropa-, probablemente no quede más remedio que responder que sí: por el camino que lleva, la humanidad acabará perdiéndolo. Pero si enfocamos el pudor desde otro ángulo, verdaderamente moral -y sin darle a la palabra moral un significado puramente cívico e inmanente, sino en último término religioso-, las cosas se nos aparecen con otro aspecto. Si entendemos el pudor no como la mera inclinación a taparse o destaparse por exigencias culturales (y por tanto relativas y cambiantes) ciertas partes del cuerpo, sino como una actitud de respeto por el otro, como una voluntad de no despersonalizarlo y, cosificado, utilizarlo para nuestro placer sexual, ni tampoco de incitar provocativamente el instinto del otro para que nos use, despersonalizados, a nosotros -o, si se prefiere un lenguaje más tradicional, si entendemos el pudor como evitarse a uno mismo y evitarle al prójimo las ocasiones de pecar contra la Castidad-, el panorama se nos presenta completamente otro. Es en la voluntad, o sea, en la intención, donde está la clave de la cuestión. Y desde este punto de vista, el pudor permanecerá en las personas virtuosas, sea cual sea su indumentaria. Y aquí vienen al pelo algunas de las frases de los teólogos que he traído aquí en entradas anteriores:
     "El pudor no se identifica de manera tan sencilla con el empleo de vestidos, ni el impudor con la desnudez parcial o integral", "El pudor es la tendencia, del todo particular del ser humano, a esconder sus valores sexuales en la medida en que serían capaces de encubrir el valor de la persona. Es un movimiento de defensa de la persona que no quiere ser un objeto de placer", "Hay circunstancias en que la desnudez no es impúdica. Si alguien se vale de ella para tratar a la persona como un objeto de placer (aunque no sea más que por medio de actos interiores), él solo es quien comete un acto impúdico (impudor de los actos)". (Karol Wojtyła).  

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    "Se puede estar vestidos y tener un corazón adúltero, y desnudos, pero de buena fe y con el corazón casto", "Cuando se conserva el respeto por el cuerpo sexuado y sus manifestaciones, la pudicia permanece inviolada", "Si el pudor natural está verdaderamente desarrollado y es virtuoso, no se escandaliza ya de la propia desnudez, sino sólo con motivo de una actitud desconsiderada por parte de uno mismo o de otro. Este pudor auténtico constituye una defensa de la castidad mucho mejor, mucho más refinada y segura que la burda ley de la vergüenza de la desnudez. La mejor barrera contra la lujuria no está en el vestido (una frágil barrera, aunque efectivamente lo es), sino en el auténtico pudor, ligado a todo un comportamiento". (P. Leandro Rossi).
     "No es posible por supuesto oponer desnudez y castidad porque se puede estar desnudo y ser castos, o lo mismo estar vestido y ser lujurioso". (P. Luis Eduardo Ayala Falla).
    "Lo scandalo, l’offesa alla morale dipende solo dal rapporto con gli altri. Si può stare anche vestiti totalmente e scandalizzare le persone che sono intorno a noi così come si può anche stare nudi e non scandalizzare. E’ il rapporto con gli altri e con l’ambiente che fanno lo scandalo". (P. Nicola Giandomenico)[1].
     En el trasfondo, las palabras del Nuevo Testamento con que terminé la entrada del 10-01-2019: "Nada hay fuera del hombre que entrando en él pueda contaminarlo; antes bien, lo que sale del hombre es lo que contamina" (Mc 7, 15), "Lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen pensamientos malos, fornicaciones, robos, muertes, adulterios, avaricias, maldades, engaño, crápula, malignidad de ojos, maledicencia, soberbia, insensatez; todo estos males salen de dentro y contaminan al hombre" (Mc 7, 20-23 ), "Para los limpios todas las cosas son limpias; mas para los contaminados y que no tienen fe, no hay nada limpio, sino que tienen contaminadas su alma y su conciencia" (Tit 1, 15).

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Ilustraciones:


1.-Bautismo de Cristo, Baptisterio de los Arrianos, Ravenna.     2.-La Sagrada Familia con Santa Isabel y San Juan Bautista, Peter Paul Rubens.   3.-Cristo resucitado, Miguel Ángel, iglesia de San Vicente, Bassano Romano.   4.-Llanto ante Cristo muerto, Bramantino (1515).  5.-Descendimiento, Arnold Böcklin.     6.-Ecce Homo (Díptico Winterfeldow), Museo Nacional, Varsovia. 



[1] Con más de noventa años de anticipación, el Doctor Fougerat de David de Lastours, en una serie de artículos publicados en la revista Vivre y refundidos en la segunda parte de su folleto Morale et nudité (Collection de la Ligue "Vivre", Paris, 1929), había escrito: "Nous conclurons que l'idée d'impudeur qu'attachent encore à la nudité humaine un trop grande nombre de nos concitoyens, n'est pas logique dans notre société d'où le Dualisme a été rejeté [...] Par elle-même, la nudité est indifférente et ne saurait être immorale".











  

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