CUANDO LOS CATECÚMENOS SE BAUTIZABAN DESNUDOS (I)

     Los catecúmenos, en la Iglesia primitiva y hasta el siglo XV, recibían el Sacramento del Bautismo completamente desnudos y por inmersión. Tenemos noticias del modo en que se desarrollaba el rito bautismal especialmente por los escritos de San Hipólito de Roma (siglos I-II), San Cirilo de Jerusalén (siglo IV), San Juan Crisóstomo (siglo IV) y Teodoro de Mopsuestia (siglos IV-V). El despojamiento de la ropa representaba simbólicamente la renuncia a lo que San Pablo llamó "el hombre viejo" para renacer a la Vida en la Fe de Cristo. El Sacramento se recibía bien en una corriente de agua, bien en una pila, cuya forma evocaba la del útero materno, del cual, como en un nuevo parto, llegaba al mundo una criatura renovada, desnuda por segunda vez, igualándose así con Adán antes de la Caída y con Cristo en la Cruz. 


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         Ésta es la descripción de esa parte del rito bautismal que hace San Hipólito en su libro La Tradición Apostólica:
         "A la hora del canto del gallo, se orará en primer lugar sobre el agua. El agua manará de una fuente o fluirá de lo alto. Se hará de esta manera, a menos que exista algún impedimento para ello. Si el impedimento es permanente y apremiante, se usará el agua de la que se pueda disponer. Se desnudarán y se bautizará primero a los niños. Todos lo que puedan hablar por sí mismos, hablarán. Los que no puedan hablar por sí mismos, serán sus padres o alguno de su familia quienes hablen por ellos. A continuación, serán bautizados los hombres y después las mujeres, que habrán dejado suelto el cabello y se habrán quitado los ornatos de oro y de plata que lleven consigo. Nadie bajará al agua llevando algo extraño encima. Una vez llegado el momento previsto para bautizar, el obispo dará gracias sobre el óleo que se habrá puesto en un recipiente y que recibirá el nombre de óleo de acción de gracias. Tomará también otro óleo, que se exorcizará y será llamado óleo del exorcismo. Un diácono toma el óleo del exorcismo y se sitúa a la izquierda del presbítero; otro diácono toma el óleo de acción de gracias y se sitúa a la derecha del presbítero. El presbítero se dirige a cada uno de los que han de recibir el bautismo y le ordena que haga la renuncia con estas palabras: ‘Renuncio a ti, Satanás, a tu culto y a tus obras’. Cuando cada uno ha hecho la renuncia, lo unge con el óleo del exorcismo, diciéndole: ‘Huya de ti todo espíritu (maligno)’. Es así como lo confiará desnudo al obispo o al presbítero que se encuentran junto al agua preparada para bautizar. Con el (que ha de ser bautizado) descenderá un diácono y se procederá de esta manera. Cuando el que ha de ser bautizado desciende al agua, el que bautiza, imponiendo la mano sobre él, le preguntará: '¿Crees en Dios, Padre omnipotente?'. Y el que es bautizado dirá a su vez: 'Creo. Inmediatamente, manteniendo la mano impuesta sobre su cabeza, lo bautizará por primera vez. Y después, preguntará: '¿ Crees en Jesucristo, Hijo de Dios, que nació de María Virgen por el Espíritu Santo y fue crucificado  bajo Poncio Pilato y murió y resucitó vivo, al tercer día, de entre los muertos, subió a los cielos y está sentado a la derecha del Padre; que vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos?'. Y al responder él: 'Creo', será bautizado una segunda vez. Y de nuevo preguntará: '¿Crees en el Espíritu Santo y en la santa Iglesia y en la resurrección de la carne?'. El que es bautizado dirá: 'Creo'. Y así es bautizado una tercera vez. Después, una vez ha ascendido (del agua), es ungido por el presbítero con el óleo de acción de gracias, diciendo: 'Te unjo con el óleo santo, en nombre de Jesucristo'. Y así, cada uno se secará y se vestirá; y después entrarán en la iglesia". 

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           Y San Cirilo escribe en la XX de sus Catequesis  (Mistagógica II):
            "Inmediatamente después de que entrasteis, os despojasteis de la túnica: ésta era imagen del hombre viejo, del que os habéis despojado con sus obras (cf. Col 2, 12 ss.; 3, 1 ss.; 9 ss.; cf. Ef 2,1-10). Al despojaros, os quedasteis desnudos, imitando también en esto a Cristo desnudo en la cruz, el cual con esta desnudez, 'una vez despojados los Principados y las Potestades, los exhibió públicamente, incorporándolos a su cortejo triunfal' (Col 2, 15). Y puesto que habitaban en vuestros miembros las potestades adversas, ya no os es lícito seguir llevando aquella vieja túnica: y no me refiero a la que se percibe con los sentidos, sino al 'hombre viejo que se corrompe siguiendo la seducción de las concupiscencias' (Ef 4, 22). Y que nunca suceda que el alma se revista de nuevo de la vestimenta de que una vez se despojó, sino que diga como aquella esposa de Cristo de la que se habla en el Cantar de los Cantares: '—Me he quitado mi túnica, ¿cómo ponérmela de nuevo?' (Cant 5, 3). ¡Oh realidad admirable! Desnudos estuvisteis ante los ojos de todos, pero no sentíais vergüenza. Llevabais realmente la imagen del primer padre Adán, que estaba desnudo en el paraíso y no se avergonzaba.


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          Y después, así despojados, fuisteis ungidos con el óleo exorcizado desde los pelos de la cabeza hasta los pies y fuisteis hechos partícipes del buen olivo que es Jesucristo. Sacados del olivo silvestre, habéis sido injertados en un buen olivo y hechos partícipes de la riqueza del verdadero olivo (Rm 11, 17-24). Por consiguiente, el óleo exorcizado era símbolo de la comunicación de la abundancia de Cristo y hace huir rápidamente a todo vestigio de poder adverso. Pues así como la insuflación de los santos y la invocación del nombre de Dios abrasan a los demonios, al modo de fortísima llama, y los ponen en fuga, así también ese aceite exorcizado por la invocación de Dios y por la oración adquiere tanta fuerza que no sólo purga, quemándolos, los vestigios de los pecados, sino que incluso hace huir a todas las potencias invisibles del Maligno.
        Después fuisteis conducidos hasta la santa piscina del divino bautismo, como fue llevado Cristo de la cruz al sepulcro. Y se os preguntó uno por uno si creíais en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Pronunciasteis la confesión que os lleva a la salvación, y fuisteis sumergidos por tres veces en el agua, levantándoos también tres veces. También en esto significasteis en imagen y simbólicamente la sepultura de Cristo por tres días. Pues, así como nuestro salvador pasó tres días y tres noches en el seno de la tierra (cf. Mt 12, 40), también vosotros imitasteis el primer día que Cristo pasó en el sepulcro al levantaros del agua por primera vez y, con la inmersión, la primera noche. Pues del mismo modo que el que está en la noche ya no ve, y el que se mueve en el día camina en la luz, vosotros, al sumergiros, como en la noche, dejasteis de ver, pero, al salir, fuisteis puestos como en el día. En el mismo momento habéis muerto y habéis nacido, y aquella agua llegó a ser para vosotros sepulcro y madre. Lo que Salomón dijo a propósito de otras cosas os cuadra a vosotros perfectamente; decía él: 'Hay tiempo para nacer, y tiempo para morir' (Ecl 3, 2). Pero para vosotros es a la inversa: tiempo de morir y tiempo de nacer. Y un tiempo único ha logrado ambas cosas, pues con vuestra muerte ha coincidido vuestro nacimiento".

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            San Juan Crisóstomo, en la sexta de sus Catequesis bautismales, dice:
         "En realidad, el bautismo es sepultura y resurrección. Efectivamente, el hombre viejo es sepultado junto con el pecado, y resucita el nuevo, renovado a imagen de su creador. Nos desnudamos y nos vestimos: nos desnudamos del viejo traje, ensuciado por la muchedumbre de nuestros pecados, pero nos vestimos el nuevo, limpio de toda mancha. Pero, ¿qué estoy diciendo? Nos revestimos de Cristo mismo. Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis vestidos".

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             Teodoro de Mopsuestia, por su parte, coincide en el requisito de la desnudez:
       "Es preciso que se te quite el vestido, signo de mortalidad, y que, por el bautismo, revistas la túnica de incorruptibilidad" (Homilías catequéticas, XIX, 8).
           También parece confirmar esta forma de administrar el Bautismo el testimonio de la monja Etheria, o Egeria, natural de la Gallaecia romana, que peregrinó a Tierra Santa en el siglo IV, y dejó escrito, en latín vulgar, un relato de su viaje, el Itinerarium Aetheriae. En el primer apartado de su capítulo XXXVIII informa sobre la celebración de la Pascua entre los cristianos de Jerusalén: todo se desarrolla -dice- como en su tierra, con la única diferencia de que, "al salir los neófitos de la fuente, una vez bautizados y vestidos [el subrayado es mío], inmediatamente se los acompaña junto con el obispo hasta la Anástasis".



Ilustraciones:


1.-Bautismo de un joven (de Jesucristo para otros), catacumba de Calixto, Roma.       2.-Bautismo de una niña, inscripción funeral, Aquilea.      3.- Bautismo de una joven, sarcófago paleocristiano, Walesbury, UK (s. V).      4.-Bautismo de un converso, códice español (s. XIII)     5.-Bautismo de un catecúmeno, ms. francés (s. XII).     







Comentarios

  1. Es muy interesante. Pero podría tener respaldo académico si apareciera el nombre de quién lo escribió y sus referencias bibiliográficas.

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