VI

     Todos los textos transcritos hasta aquí son opiniones teológicas, no verdades de Fe ni siquiera "sentencias probables" o "más probables", y por supuesto no forman parte del Magisterio de la Iglesia. Muchos católicos probablemente agradecerían de éste un pronunciamiento que arrojase luz definitiva sobre el nudismo, que, como se ha podido ver, de hecho es hoy una "quaestio disputata"; pero me parece poco probable -aunque esto es solo una impresión personal, que bien pudiera resultar errada- que el Magisterio llegue a manifestarse alguna vez de modo oficial y explícito sobre el asunto. Desde luego, si tal cosa ocurriese, los católicos consecuentes deberíamos ajustar a él nuestra conducta. Pero, como he dicho, no creo que haya nunca una declaración formal. A estas alturas de la Historia, la Iglesia, con su experiencia y su sabiduría seculares, conoce perfectamente lo inútiles, y a la larga ridículas, que resultan siempre las pretensiones de reglamentar pormenorizadamente los asuntos de vestuario, sujetos a la dinámica de los usos sociales. Y no olvidemos además que, precisamente por ser católica, es decir universal, la Iglesia tiene sus miembros diseminados a lo largo y ancho de todo este planeta, en culturas con hábitos indumentarios sumamente diversos, y sabe perfectamente que en algunos lugares los fieles asisten a la Misa con sus habituales taparrabos -muy semejantes, por cierto, a los cinturones que Adán y Eva se confeccionaron después del Pecado Original y a las prendas de baño que al parecer todavía horrorizan hoy a algunos predicadores-.

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        El pecado siempre es pecado, con independencia de lugares y tiempos, pero como las costumbres y la sensibilidad de la especie humana son cambiantes, las "ocasiones de pecado" no son las mismas siempre y en todas partes. Todos sabemos cómo se ponían nuestros antepasados varones de 1850 si por casualidad veían el tobillo de una hembra. Personalmente me consta que en las décadas de 1950 y 1960 muchos curas españoles negaban la Comunión a la mujer que se acercaba a recibirla con un vestido sin mangas, y que en los noviciados de alguna orden religiosa los aspirantes a fraile tenían que ducharse con ropa; y también recuerdo que algunos sacerdotes y religiosos nos insistían a los niños de entonces en que si íbamos a la playa llevásemos un bañador "de Acción Católica" (sic), que en el caso de los varones era lo que después se llamó un "meyba" y en el de las mujeres creo que un traje de baño con una faldita sobrepuesta. Ahora mismo tengo al alcance de la mano un folleto de Normas de decencia cristiana, editado en 1958 por el Secretariado del Episcopado Español y firmado por la Comisión Episcopal de Ortodoxia y Moralidad, que me confirma que mis recuerdos no desvarían: después de sentar (norma 123) que deben evitarse los baños mixtos en playas, piscinas y ríos, ya que "entrañan casi siempre ocasión próxima de pecado y de escándalo, por muchas precauciones que se tomen", dice (norma 124) que "en las piscinas para hombres solos puede tolerarse el simple bañador, y son más aceptables las variedades parecidas a la prenda llamada 'Meyba'" -nótese que se dice tolerarse, no recomendarse, esa prenda para las piscinas de hombres solos-, mientras que "para las mujeres solas el traje debe ser tal que cubra el tronco, y con faldillas para fuera del agua" (norma 125). Cuando sea imposible la separación de sexos, añade más adelante, "el traje de hombres y mujeres debe ser más modesto y emplearse sólo para el agua, cubriéndose al salir con el albornoz" (norma 126).

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             Hoy, 2019, menos del 90% de los sacerdotes católicos suscribirían estas normas -que, entre otros efectos, tenían el de separar los matrimonios y las familias-, y el raro que las suscribiera probablemente pasaría, creo yo, por un tanto neurasténico.
         A la vista de lo anterior, a nadie extrañará que ese mismo folleto proclame decididamente que "el desnudismo [...] es inmoral. Ningún  pretexto higiénico, artístico, de comodidad o de economía puede justificar el desnudismo, ni en la mujer ni en el hombre" (norma 85). Los baños de sol -añade- "no deben ser pretexto para abusar del desnudo, que ordinariamente no es necesario, y que cuando lo es, debe practicarse lejos de la vista de otras personas" (norma 129). (Y, entre paréntesis, es curioso que después de sentar que "ningún pretexto [...] puede justificar el desnudismo" se admita que cuando "es necesario" puede practicarse a solas).
        No quiero dejar de subrayar que todo esto lo sostenían obispos en cuyas diócesis sin la menor duda muchas iglesias estaban presididas por una imagen de Cristo crucificado en paños menores -nada de albornoz-, y algunas acaso hasta poseyeran algún retablo, escultura o cuadro relativo a Adán y Eva en el Paraíso, por no hablar de Santa María Magdalena, de San Sebastián o de tantos otros santos o personajes del Antiguo Testamento, sin que ello sorprendiese ni turbase a nadie.

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      Con arreglo a esas normas de 1958, la mayoría de los católicos actuales seríamos pecadores habituales. Y, sin embargo, aquellos mismos "meybas" y aquellos mismos bañadores con falda entonces recomendados habrían resultado sumamente escandalosos para los moralistas de 1900. Como lo era el bikini para los de 1960. Y allá por 1985, cuando empezaba a extenderse la moda del topless, oí a un virtuoso sacerdote aconsejar el bikini como la indumentaria femenina más apropiada para playa y piscina. Las costumbres y la sensibilidad cambian, insisto, y la ropa que actualmente llevan, no sólo en la playa o la piscina, sino por la calle, las católicas más devotas -un pantalón, por ejemplo-, no hace ni un siglo habría sido motivo de escándalo y amonestaciones apocalípticas.
      Con todas estas experiencias, la jerarquía eclesiástica actual debe de saber perfectamente que no merece la pena meterse en concreciones de centímetros y diseños. 
       En definitiva, no creo que llegue nunca a condenar ni a promover el nudismo. 
       Lo que sí podrá hacer la Iglesia, aunque en rigor quizá tampoco sea estrictamente necesario, será recordarnos una vez más a los fieles, como criterio más seguro sobre este particular, lo que dice el Decálogo en sus dos mandamientos relativos a la sexualidad: el Sexto, que prohíbe los actos impuros -esto es, la fornicación, el estupro, el adulterio, la masturbación, el onanismo, la sodomía, el bestialismo, la pornografía, etc., así como ponerse voluntariamente, o poner a otros, en ocasión próxima de cometerlos-, y el Noveno, que prohíbe consentir en pensamientos o deseos impuros, y ponerse voluntariamente, o poner a otros, en ocasión próxima de consentir en ellos (y creo conveniente recordar aquí que, según la experiencia muestra insistentemente, la visión de desnudez ajena, sea individual o colectiva, no puede considerarse de por sí y necesariamente ocasión próxima de pecado para todo el mundo[1]). El elemental sentido común nos dice que lo que infrinja alguno de estos Mandamientos será pecado; lo que no, no lo será. En última instancia, todo depende de la conciencia de cada persona. Las habrá que al practicar el nudismo pequen y otras que no pequen. Como al concurrir a una playa "textil". O como al visitar los Museos Vaticanos o al simplemente pasear por la calle.

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Ilustraciones:


1.-La Crucifixión, Max Klinger (1897).     2.-La Flagelación, Julián Campos Carrero.     3.-Via Crucis de Jasna Gora (Polonia), XIIª estación, Jerzy Duda Gracz.      4.-Bautismo de Cristo, catacumba de Marcelino y Pedro, Roma.        





[1] Atención a esto, porque muchos católicos rechazan el naturismo con el argumento de que la Moral de la Iglesia prohíbe los pensamientos y deseos impuros. Quienes así razonan dan un gran salto sobre el vacío.


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